Astronomía vs. el Libro Apócrifo de Enoch

Hoy hablaremos sobre el “IV Libro de Enoch”, el cual versa sobre el cambio de las luminarias celestiales o “libro astronómico”, capítulos 72 – 82, escrito probablemente durante los siglos II y I a. C. Es un libro histórico, pero “apócrifo”, y no fue considerado válido por los cánones Alejandrino ni Palestino de ambas Biblias, ¿por qué?, astronómicamente es impreciso.

Según dicho documento, el ángel Uriel, siervo del Señor de los Espíritus y guía de las luminarias celestes, le “reveló” a Enoc, séptimo en la línea de Adán (según la Biblia, Henoc “7” es hijo de Jared “6”, hijo de Maleleel “5”, hijo de Kainán “4”, hijo de Enós “3”, hijo de Set “2”, hijo de Adán “1”), las leyes como son “exactamente”, “como se observan todos los años del mundo, hasta la eternidad”.

Al leer dicho libro, un ficticio maestro de obras y fiel creyente construyó (sabe Uriel dónde) 6 puertas de Sur a Norte al oriente y 6 puertas de Sur a Norte al poniente, cada puerta dispuesta en su sitio con 12 ventanas. Cierto día dio inicio el “rosh–jodesh”, cabeza o inicio de mes, del “primer mes”, durante el equinoccio de primavera, cuando el “yom” (día) dura 9 partes, al igual que la noche. El Sol “nació” asomándose por la cuarta puerta de oriente y se ocultó por la cuarta puerta poniente, seguido por una imponente luna llena. Durante 30 días el Sol nació por la cuarta puerta, al final de los cuales inició el “segundo mes” y, para entonces, el día se alargó durando 10 partes y la noche duró menos: 8/9. El Sol en este “segundo mes” se había movido para nacer 30 mañanas por la quinta puerta de oriente, cruzar el cielo y acostarse en la quinta puerta del poniente. Así, el Sol se desplazaba hacia el norte, naciendo la mañana que dio inicio al “tercer mes” por la sexta puerta durante 31 mañanas, momento en que alcanzó el Solsticio de Verano, el día de máxima duración, el doble de la noche, 12 partes contra 6 partes, cambiando de “moedín” (estación).

El valor del libro de Enoch es que establece para el judaísmo un año con cuatro estaciones reguladas por los equinoccios y solsticios. Además, cada estación tiene dos meses de 30 días y un mes de 31; estableciendo el año en 364 días, exactamente 52 semanas de 28 días, algo muy apropiado para celebrar el Shabbat. (En este año judío, el primer mes coincide con el principio de la primavera, ello explica por qué, aún hoy, el séptimo mes es septiembre, el octavo es octubre, el noveno es noviembre y el décimo es diciembre.)

El problema es que es idílico, si fuera verdad, transcurrido un año volveríamos a celebrar la Pascua (Pesaj) con luna llena en el equinoccio de primavera. Realmente algo malo pasó con la receta de esta “ley para la eternidad”. No sabemos si nuestro maestro de obras se equivocó, equivocamos el concepto de días, o Uriel, el guía de las luminarias, no ha podido reestablecer el control de las mismas o sus compañeros, vigilantes y arcángeles se confabularon para moverle las estrellas, quizá un meteorito o algún cataclismo cósmico tergiversó las órbitas… (tal vez cuando Lucifer cayó en la tierra con sus demonios movió todo).

Hoy, nuestros astrónomos definen un día solar promedio como el lapso de tiempo que le toma al Sol pasar por dos meridianos superiores consecutivos (cenit del lugar), distinto al día sideral que toma una estrella en paso por el cenit como referencia en lugar del Sol).

Hay mitos culturales que atribuyen a la influencia de la luna el ciclo menstrual, según lo cual todas las mujeres serían regulares y tendrían sus días rojos cada 28 días. Es un hecho que las mujeres no se ajustan para nada a la “regla” de 28 días del mes, y aunque es lo mismo pero diferente, cada una tiene su propia regla irregular, valga la paradoja. La rebelde diosa Selene mandó a Uriel “por un tubo”, como buena fémina, y la Luna tiene su propio mes: el “sinódico”, definido por los astrónomos de hoy como el período que transcurre entre dos mismas fases consecutivas de la Luna. Su duración aproximada ha sido medida en 29.53 días solares medios[1].

El Islam, fiel a Selene, tiene un año de doce meses, pero el mes empieza unos dos días después de la luna nueva, cuando comienza a verse el creciente lunar, por eso los musulmanes tienen un año de 29.53*12 = 354.36 días.

Astronómicamente el “año sideral” es el tiempo que trascurre entre dos pasos consecutivos de la Tierra por un mismo punto de su órbita, tomando como referencia a las estrellas, y dura 365.256363 días solares medios. El “año trópico” tarda 365.242189 días solares medios en ir de uno al otro equinoccio. Hay entonces una pequeña diferencia de 0.014174 días (20:24.63 minutos), pero es importante porque produce la precesión de los equinoccios y significa que la órbita solar de la Tierra tampoco es fija con respecto a las estrellas y gira una vez cada 25 mil 776 años, generando 12 “Eras Zodiacales” de 2 mil 148 años cada una. Eso marca el Punto Vernal antes llamado de “Aries”, desplazado hoy hacia la era de acuario: ¡la New Age!

Es importante señalar que este descubrimiento no es nuevo: Hiparco de Nicea fue el primero en dar el valor de la precesión de la Tierra y las observaciones astronómicas atribuidas a él por Claudio Ptolomeo datan del 147 al 127 a. C. y son contemporáneos con el Libro de Enoch. Otros historiadores sostienen que este fenómeno ya era conocido, al menos en parte, por el astrónomo babilonio Cidenas, quien habría advertido este desplazamiento en el año 340 a. C.

Debido a que el eje de rotación de la Tierra está inclinado (actualmente) unos 23.50° – 23.27º grados (aproximadamente) con respecto al plano de la órbita que describe alrededor del Sol, la descripción enochiana de estaciones del sol funciona sólo para el hemisferio Norte. Enoc 72:26: “En ese momento la noche se ha alargado hasta llegar a ser dos veces el día: la noche equivale exactamente a doce partes y el día a seis”. Esta singular declaración para los solsticios, cuyas duraciones día versus noche son dobles, 12/9 vs 6/9, que equivale a 16 horas versus 8 horas “exactas”, hoy no resultan ciertas sino exclusivamente para los lugares del planeta Tierra ubicados a una Latitud Norte entre 47°42’36” y 44°48’0” grados, con alturas de 0 a 2,500 metros sobre el nivel del mar… o sea que la Ley de las Luminarias de Uriel sirve para La Borgoña Francesa, Zúrich o Berna en Suiza, Austria, Zagreb en Croacia, Budapest en Hungría, Sebastopol en Crimea, Kazajistán, Mongolia, Alguna Isla al norte de Hokkaido en Japón, o el Norte de E. U. (Washington, Montana, Dakota del Norte, Minessota o Winsconsin), Montana en Canadá o  Nueva Escocia… donde al parecer no hay pirámides ni templos astronómicos (Stonehenge está más al norte en Lat 51°10”44” Nte.).

Otro detalle que “se le pasó” a Uriel, o se lo cambiaron después, es que el eje de rotación terrestre, que ahora apunta al Norte cerca de Alfa Ursa Minor o Polaris, en otras épocas estuvo (y volverá a estar dentro de 12 mil años) apuntando a la estrella Vega. Resulta que el eje se bambolea, incluso por pérdidas de masas de hielo debidas a cambios climáticos, y al cambiar la orientación Norte, cambian los marcadores horarios para los relojes de Sol. Tómese en cuenta, por ejemplo, que actualmente, las pirámides están desfasadas al Este: Teotihuacán, 15°, Chichén Itzá, 24°; y la esfinge de Egipto 3°, y ya no están alineadas al Norte astronómico. Es curioso notar que la gran pirámide de Giza y el templo de Kalasasaya en Tiahuanaco, Bolivia, con Latitud 16°33’17” Sur, sí están alineadas al Norte astronómico actualmente. En Tiahuanaco hay 7 y no 6 puertas, las cuales están alineadas de Este a Oeste y no de Sur a Norte. ¿Dónde se construyeron las puertas de Enoch?

Parece que alguien con “muy mala leche” le complicó tanto las cuentas al género humano, que ahora tenemos que andar haciendo ajustes a los diversos calendarios. En el calendario Juliano (en honor a Julio César y por quien renombraron los meses seis y siete como Julio y Augustus), tiene 3 años de 365 días y al cuarto año un bisiesto de 366 (en promedio 365.25, quedando “un poco pasado”, pues el año trópico tiene 365.242190402, días, por lo que cada 128.047564 años habría que quitar un día, y de allí que hacemos otro ajuste:  cada 400 años quitamos un año bisiesto (Calendario gregoriano). Los años cristianos o de la era común, terminados en dos ceros, como 1700, 1800, 1900, no serán bisiestos, excepto cuando el número sea divisible por 4, como el 2000 (quitamos un día cada 133.33 años, así que en el futuro habrá que hacer otro “pequeño ajuste” práctico).

Diversos astrónomos coptos, ortodoxos, cristianos, mesiánicos, judíos, musulmanes, chinos, babilonios, mayas, persas y romanos se rompieron la cabeza para cuadrar en números enteros o siquiera en fracciones las “maléficas” cantidades decimales y diseñaron cada quien su calendario. Por esa misma razón, los católicos, quienes tras el Primer Concilio de Nicea (año 325) adoptaron el ciclo de Metón, un astrónomo ateniense del 460 a.C. Metón observó que hay 235 lunaciones o meses sinódicos cada 19 años. O sea, coincide el año con la fase lunar cada 19 años (y según mis cuentas, dividiendo los días del año trópico entre los días de la fase lunar, tenemos los meses sinódicos al año, no es un número entero, realmente son 235.001748, pero es más preciso tomar 7,149.000544 lunaciones cada 578 años, o 28,361.000426 lunaciones cada 2,293 años).

Mientras el frustrado Uriel y su anónimo y ficticio maestro de obras enochiano soñaron que cada año coincide el equinoccio con la luna llena, en realidad deben esperar siglos para volver a ver su anhelada coincidencia.

El catolicismo fija la fecha de la Pascua como el primer domingo después de la luna llena tras el equinoccio de primavera (19 – 22 marzo) en el hemisferio norte, y por eso cada año cambian su fecha de Semana Santa, por eso los católicos NO veremos NUNCA un domingo de resurrección (22 marzo – 25 de abril) con luna llena en el equinoccio de primavera, porque la norma actual es hacerla tras y no EN el equinoccio, esperar el plenilunio y hacerla al domingo siguiente. Por ejemplo, los más próximos fueron los domingos 23 de marzo, que cayeron en 1913 y 2008, o el domingo 22 de marzo que cayó en 1818 y no volverá a ocurrir hasta el domingo 22 de marzo del 2285., De forma semejante para los judíos: es difícil que coincida un equinoccio con luna llena en shabbath.

En conclusión, algunos profetas de este mundo requieren regular sus dosis de ayahuasca o Metatrón necesita venir a reparar las imperdonables irregularidades de las órbitas elípticas, los ejes de inclinación, ciclos de precesión, rotación, traslación, precesión, nutación y bamboleo de Chandler, la deriva continental, declinación del campo magnético y otras preciosidades causadas por el pecado de Shemihaza que nos hacen difícil calcular nuestras fiestas… o quizás Jeová realmente no quiso revelar a los hombres estas cosas, castigando el pecado de Panamu’el, quien según Enoc 69: 9 “les enseñó a los humanos a escribir con tinta y papiros y son muchos los que se han descarriado a causa de ello, desde el comienzo hasta este día,” y 10 “porque los hombres no han sido traídos al mundo con el propósito de afianzar su creencia en la tinta y el papel”. (Afortunadamente yo escribo más en medios electrónicos para no ser juzgado por la tinta y ni el papel.)

Personalmente, siento que la culpa es de Gokú por destruir planetas, y del gobernador Tarkin, quien hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana, destruyó otro planeta completo provocando un desajuste en La Fuerza, especialmente al desplazar la Estrella de la Muerte por varias galaxias afectando los campos gravitacionales de múltiples sistemas. Ya mero llega Nibiru y los Annunakis, los Pleyadianos y los Sirianos arreglarán todo con ayuda del maestro Yoda, Jaime Maussán, Chava Freixedo y Johnny Pepe Benítez.

Mientras tanto, los arquitectos que construyan templos deberán hacerlo sobre plataformas giratorias móviles para ajustar la orientación astronómica cambiante (que de todas formas tampoco coincide con el norte magnético), considerar las placas tectónicas en deriva continental y poder armonizar “exactamente” nuestros chakras con Feng Shui.

[1] Un día solar medio equivale a 24 horas de 60 minutos, cada hora con 60 segundos cada minuto, dando un total de 86 mil 400 segundos por día. Un segundo es la duración de 9, 192’ 631, 770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio (133Cs), a una temperatura de 0° K. (Dato inventado después y por lo tanto no disponible para Enoc.)

Por: Carlos Enrique Arias Vera

"Carlos Enrique Arias Vera, un ser humano peregrino por la vida, oriundo de una ciudad (Pachuca) y familia cosmopolitas, y diversificado en variadas aficiones, entre ellas el canto y las letras, docente de vocación, con grado de maestría, de profesión ingeniero civil. Tiene una curiosidad versátil y siempre insatisfecha. La mezcla de su formación académica, con la afición autodidacta a las artes y la práctica de algunos deportes y actividades, le confieren una cosmo visión personal sui géneris que comparte al tamiz de una filosofía dinámica, incluyente y matizada, y al igual que México, evoca un crisol del cual emerge un mosaico de opiniones y observaciones."


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VIÑA Y SAL - Carlos Enrique Arias Vera

"Carlos Enrique Arias Vera, un ser humano peregrino por la vida, oriundo de una ciudad (Pachuca) y familia cosmopolitas, y diversificado en variadas aficiones, entre ellas el canto y las letras, docente de vocación, con grado de maestría, de profesión ingeniero civil. Tiene una curiosidad versátil y siempre insatisfecha. La mezcla de su formación académica, con la afición autodidacta a las artes y la práctica de algunos deportes y actividades, le confieren una cosmo visión personal sui géneris que comparte al tamiz de una filosofía dinámica, incluyente y matizada, y al igual que México, evoca un crisol del cual emerge un mosaico de opiniones y observaciones."