Historia de una derrota autoimpuesta

Las calles de la Ciudad de México transitaban en ese 1929 con la vertiginosa sombra del caudillo, cuyo poder, indiscutible, le habían ganado el mote de “jefe máximo de la Revolución”; ahora, solo faltaba institucionalizar el proceso para darle el control desde el Estado.

 

La tesis de Dworkin y el bandido estacionario estriba en la concentración del poder para darle por medio de la impersonalidad el caris de “institucional”, arrodillando con ello a la bestia mítica del pueblo, abstracto del mito del Estado de Cassirer, donde el pueblo se erige como un imaginario colectivo de los anhelos frustrados de poder político, como admitió Sartori,  idea cuyo arquetipo se implantó en la creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y su reproducción hegemónica el mismo Sartori caracterizaría como “pragmática” a la hora de instaurarse en el poder desde la institucionalización de la Revolución desde el Estado.

 

Don Plutarco, tras bambalinas como diría Arnaldo Córdoba, se convirtió en el bandido estacionario, titiritero de la familia revolucionaria, que encontró una forma “civilizada” de dirimir la sucesión presidencial, que para 1934 pondría a prueba la civilidad alcanzada por las fuerzas revolucionarias en Lázaro Cárdenas, quien, advirtiendo la fuerza del titiritero, lo exiliaría y daría cauce al poder omnímodo del presidencialismo en México.

 

El PRI y su ambivalencia orgánica entronizó como anillo al dedo en el modelo doctrinario del capitalismo populista de los años 30, que persistió lo mismo en el Brasil de Getulio Vargas que en la Argentina de Juan Domingo Perón; en ambos casos, con la sombra del bandido estacionario que permitía encubrir intereses de las oligarquías agrícolas y empresariales a la sombra de la operación instrumentalista del Estado y del aparato de Estado.

 

El modelo político populista como doctrina de Estado desapareció, pero no el pragmatismo de su operación dentro del PRI, por lo que los discursos reivindicatorios de la revolución institucionalizada continuaron hasta entrados los años 80, pero con los matices de las fuerzas neoliberales que, desde Chicago, Milton Friedman había prodigado lo mismo a las dictaduras militares de Pinochet y Videla que al aroma de la social democracia en Europa.

 

Empero, el populismo capitalista y su ambigüedad impide la perpetuación del poder por su ambivalencia orgánica, por lo que las élites económicas suelen extirparlo cuando les hace daño, lo cual, desde el origen del PRI, ya había marcado la historia de una derrota autoimpuesta, que no se manifestó con la nitidez necesaria del ascenso del panismo con Fox y Calderón, hasta que López Obrador dio un golpe en la mesa y marcó el horizonte absoluto de la derrota del partido de don Plutarco.

 

Hidalgo es el bastión del horizonte de esa vieja guardia del bandido estacionario, pero el golpe en la mesa ya avizora el fin de la hegemonía tricolor.

 

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.


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CRONOS - Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.