En un punto donde Venezuela experimenta uno de los momentos sociales más álgidos de su historia, las declaraciones del presidente Nicolás Maduro arremeten contra el imperio, pero dejan la puerta abierta para la nostalgia.
Maduro ha señalado que entre el gobierno de Obama y el de Trump, el del güero se erige como “extremista”, y con ello lo que advierte -hay que señalarlo- es de un experto en análisis politológico. En los hechos le aplaudo y le digo: brujo.
Evidentemente, Trump es una calamidad recalcitrante, no necesita Maduro recordarnos este tipo de cosas, pero esconde dentro de esta retórica el hecho de que, como gobernante, tampoco Maduro se salva de la quema.
Lo cierto es que Estados Unidos no ha puesto el interés necesario en Venezuela; en otro tiempo, la sola sombra del comunismo hubiera generado estrategias desde Washington para tratar de derribar este tipo de gobiernos en América Latina, el caso del gobierno de Salvador Allende en Chile es icónico. Por ello, Maduro se encuentra muy lejano de conocer la ferocidad del imperio del norte, sin que ello signifique que no hayan existido movimientos del ajedrez norteamericano en Venezuela.
En los hechos, el gobierno de Washington ha tejido relaciones con el activismo venezolano, inclusive, la visita del opositor Capriles a Estados Unidos indicó no sólo un interés de manifestar su disidencia, sino un clamor de apoyo que pasó poco menos que inadvertido en la Casa Blanca.
La oposición en Venezuela está desesperada, nada le ha funcionado para desterrar a Maduro, quien, en los hechos, parece afirmarse en el poder y no hay luces de que por la vía de la insurrección puedan generarse las estelas de un golpe de Estado o bien una destitución vía la Asamblea General, por lo que, de no ser por la vía electoral, tenemos Maduro para rato.
A Maduro le gusta más el güero que el negro, aunque al güero, la verdad, Maduro le es indiferente; debe ser otro representante de un país bananero.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
