Durante dos horas y media, ellas marcharon por las principales calles de Pachuca para conmemorar el 8M. En punto de las 17:00 horas comenzó el desfile de mujeres multifacéticas que iban tanto en solitario como rodeadas de amigas, algunas cargando a sus pequeños hijos, algunas con sus madres y otras con sus “perrihijos”.
Con consignas como “hermana: si te pega, no te ama”, “con falda o pantalón, respétame, cabrón”, “las niñas no se tocan, no se violan, no se matan” o “no somos una, somos un chingo”, las principales avenidas de Pachuca se pintaron de morado y verde. Al pasar frente a la Basílica Menor de La Villita, las marchistas hicieron un alto con el puño arriba y realizaron pintas en la fachada.
Posteriormente, al filo de las 18:00 horas, en la glorieta de Los Insurgentes, fueron detonadas bombas de humo color lila. Con gritos entusiastas se sintió su presencia, sus risas y su alegría, aunque también aquellos rostros desencajados, molestos y rabiosos por las víctimas.
Aquellas hijas, hermanas y amigas que un día salieron de casa y no regresaron. En su memoria se marcha y se exige el respeto de los derechos de todas, en todos lados y a todas horas.
Ya de regreso por avenida Revolución comenzó a caer la noche, pero no el ánimo y las ganas de hacerse escuchar. La movilización continuó tal como se esperaba, sin intrusiones y con un contingente cada vez más nutrido que avanzaba sin demora hacia la Plaza Independencia.
Una vez ahí y ante la mirada de propios y extraños, hubo otra pausa; cientos de puños en alto gritaron al unísono reclamando respeto, amor y dignidad para las mujeres. El Reloj Monumental las recibió y como un gigante que mira inmóvil sintió la fuerza y el empuje de aquellas que una vez más dejaron un testimonio de sus exigencias.
Algunas personas las observaron con curiosidad, mientras que otras las vieron con ojos inquisidores. Sin embargo, predominaron las miradas amorosas, solidarias y cómplices que se intercambiaban entre ellas. Todas eran conscientes de que hoy gritar, pedir y exigir es la consigna.
Sobre la calle Vicente Guerrero, pasadas las 19:00 horas, la manada hizo un alto; una de las integrantes del contingente se sintió mal y recibió atención médica. Sólo se trató de una baja de presión arterial. Minutos después hubo alarma de todas, una pequeña niña se había extraviado, por lo que cientos de voces comenzaron a gritar su nombre desde los megáfonos. Pasaron algunos minutos y nuevamente corrió la noticia: la habían localizado.
A pesar del movimiento, lamentablemente, no faltó la ofensa. Este incidente evidenció la importancia de continuar con esta lucha. Un individuo agredió a algunas de las participantes, las jaloneó. Sin embargo, más temprano que tarde, la fuerza femenina se manifestó. El automóvil del agresor fue golpeado, y él no tuvo más opción que simular un desmayo para que lo dejaran en paz. Una batalla librada contra de aquellos que intentan causar daño, ¡ojalá fuera así todos los días!
Los contingentes avanzaron y llegaron a Plaza Juárez alrededor de las 19:30 horas. En ese lugar, todas encendieron una fogata, marcando así el cumplimiento de su misión. No faltaron los abrazos, los gritos ni las lágrimas. Sin embargo, la constante es el sentimiento de miedo e injusticia, aquel que nos impulsa todos los días a desear regresar a casa sanas y salvas, poder abrazar a nuestros seres queridos de nuevo, porque en México las mujeres seguimos en peligro.