A Hidalgo nos llegaban (como en todo el país) chispazos de la figura de Carlos Manzo, como si se tratara de un sujeto irreverente que enfrentaba él mismo a los delincuentes en uno de los estados más violentos del país sin el respaldo de las demás autoridades. Una especie de caudillo en el poder.
Esos chispazos generaron una idea tenue de lo que era, pero su asesinato ha causado todo tipo de sensaciones hasta convertirlo en mártir (porque lo es).
No ha sido el único. En el 2023 asesinaron a Hipólito Mora y en los últimos años han matado a muchos más. ¿Cuál es la diferencia de su asesinato? La diferencia radica en que Carlos Manzo también era un personaje político que luchaba por cargos públicos, era un sujeto directo pero empático. Era un líder que generaba la sensación de protección, un líder paternal con cargo público.
De aquí en adelante muchas asociaciones llevarán su nombre, las autoridades se lo darán a calles y hasta a monumentos y así se solidificará al mártir que ya tenemos en la cabeza. Será un ejemplo y hasta una esperanza, pero ¿eso es lo que queremos?, ¿eso es lo que nos hace falta?, ¿así se le rinde tributo a su vida?
Los demonios andan sueltos y siempre los habrá. La utopía es un país seguro. Ni en Estados Unidos ni en Europa existe. La desprotección es una sensación generalizada y probablemente tiene que ver más con la desigualdad que con la delincuencia, aunque los que generan esta nada los justifica y los hay visibles y de cuello blanco.
Carlos Manzo tenía razón. “No anden de alcahuetas” les dijo a un grupo de mujeres explicándoles, a su manera, que moralmente es mejor meter a un hijo a la cárcel que dejarlo extorsionar, secuestrar o asesinar (una visión patriarcal que sólo ve el mal hacer de las madres pero que aplica a hombres y mujeres).
Se ve fácil expresarlo como él lo hizo (era un video) y verlo era como cuando un niño ve a su papá regañar a su hermano por algo que hizo. Si lo que hizo el hermano fue malo o no, no importa, lo que daba gusto era la sensación de salir victorioso por “no hacer” o “por no ser sorprendido”. Sin embargo, esas “victorias” son efímeras. La vida es todo un proceso que a veces queda marcada por algunos episodios, pero aun después de estos la vida sigue su transcurrir.
Ya no necesitamos más mártires. Necesitamos más hombres y mujeres valientes en el día a día que no tengan miedo de llamar por su nombre los actos: un robo es un robo; un asesinato es un asesinato. No hay eufemismos del tipo: “qué habrá vivido para hacer tal o cual cosa.” Las víctimas no entienden eufemismos, quieren justicia y que se exhiba a los responsables.
También hay que quitarse el miedo de vivir en pobreza, de tener menos que otros, de saber menos que otros, de vivir menos que otros. Todos tenemos menos. Pero somos más cuando se nos valora por lo que somos moralmente y no por lo que tenemos.
La valentía de Carlos Manzo, envidiable e incomprensible, fue una bandera visible para el cobarde; una luz con apagador en el pecho. Su vida fue una llamarada de sacrificio: expansiva, potente y efímera. Fue un valiente y ahora un mártir, y qué cobardes parecemos el resto bajo el subterfugio de la tolerancia.
Por: Leonardo Flores Solís
Abogado de profesión y activista por vocación. Soy producto de la justicia social. Maestro en Derecho por la UNAM y licenciado en Derecho por la UAEH. Soy más puma que garza.






