Desde 1982, cuando China restableció sus relaciones con Estados Unidos, inició un cambio radical en su economía; desde entonces ha estado trabajando en reactivarla y modernizarla, hasta lograr que fuera la segunda mejor posicionada, sólo después de Estados Unidos, y prácticamente el primer exportador mundial, el centro del mundo capitalista, el principal acreedor de Estados Unidos y tenedor de bonos del tesoro, y el país con las reservas internacionales en divisas más grandes.
En estos treinta y cinco años, China ha inundado al planeta de manufacturas, absorbiendo recursos naturales de todos los países para fabricarlas. El precio de esa marcha hacia el desarrollo ha sido extraordinariamente fabuloso, tanto en recursos humanos como daños provocados a los ecosistemas y al medio ambiente, agregando millones de toneladas de carbono a la atmósfera y contribuyendo al calentamiento global.
Pero este éxito exportador no habría sido posible si, a través de todos estos años, China no se hubiera convertido en el país de la estafa, la farsa y falsificación de millones de productos. China se ha convertido poco a poco en el centro del mundo capitalista, en el imperio del dinero y en el país con quizá posea hoy la más grande capacidad de producción en el mundo.
Hoy en China prevalecen los gigantescos proyectos urbanos financiados por los bancos, donde la cultura de la evaluación del riesgo es ajena a las ambiciones desmedidas de la burocracia china y sus bancos. Durante estos años de crisis del capitalismo, los países desarrollados se han peleado sus inversiones y en África los chinos construyen carreteras, presas, aeropuertos y fábricas, sin hacer grandes aspavientos y, sigilosamente, se han ido extendido por todo el planeta, sin necesidad de bases militares o desestabilizar los gobiernos.
Las provocaciones y la especulación sobre la salud de su economía, la construcción de una isla sacada de la nada en el Mar del Sur de China y las amenazas de Estados Unidos y Europa, han quedado sólo en eso: en amenazas que no prosperaron. Y mientras el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se prepara a desdibujar la geopolítica mundial y el comercio, China lo hace para adueñarse del planeta.
Lejos de lo que se ha especulado, el crecimiento económico de China parece más fuerte este año; sin embargo, el país todavía enfrenta riesgos financieros e incertidumbres creados por la falta de claridad sobre las políticas que debe seguir la administración de Donald Trump en Washington, según los economistas chinos.
Las estimaciones indican que la segunda mayor economía del planeta crecerá, probablemente, 7% en el primer trimestre de este año debido a una recuperación en la manufactura y las exportaciones, según el economista jefe de China International Capital Corporation, Liang Hong, una firma de corretaje líder en el continente asiático-, lo cual sigue la tendencia del crecimiento del 6.8%del último trimestre de 2016.
Sin embargo, en China, contrariamente al optimismo que persiste en México de arreglar las diferencias pacíficamente con Trump, se considera que existe un alto riesgo de que el capital fluya fuera del país, debido a que la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) podría subir sus las tasas de interés y absorber miles de millones de dólares de todo el mundo.
Por ahora, el Banco Popular de China se ha abstenido de reducir la cantidad que los bancos deben mantener en las reservas o reducir las tasas de interés durante casi un año, por miedo a alimentar burbujas de activos y debilitar la fortaleza de la moneda del país y se dispone a gestionar los riesgos financieros.
Las empresas y los bancos chinos están ávidos de invertir en el planeta, así que por qué no hacerlo en México. En buen momento el gobernador de Hidalgo, Omar Fayad, ha capitalizado ese impulso para atraer la inversión de más de 4 mil 400 millones de pesos de las empresas automotrices Giant Motors de México y JAC Motors de China, conjuntamente con Inbursa y Chori Company de Japón, a fin de abrir una ensambladora de automóviles en Ciudad Sahagún, pues ello podría servir de estímulo a nuevas inversiones chinas bajo una estrategia de formación de los técnicos e ingenieros en las universidades tecnológicas y politécnicas, capitalizando la formación de los recursos humanos del Estado y evitando su emigración.

Por: José Luis Ortiz Santillán
Economista, amante de la música, la poesía y los animales. Realizó estudios de economía en la Universidad Católica de Lovaina, la Universidad Libre de Bruselas y la Universidad de Oriente de Santiago de Cuba. Se ha especializado en temas de planificación, economía internacional e integración. Desde sus estudios de licenciatura ha estado ligado a la docencia como alumno ayudante, catedrático e investigador. Participó en la revolución popular sandinista en Nicaragua, donde trabajó en el ministerio de comunicaciones y de planificación. A su regreso a México en 1995, fue asesor del Secretario de Finanzas del gobernador de Hidalgo, Jesús Murillo Karam, y en 1998, fundador del Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.