La semana pasada le dio la vuelta al mundo en los principales diarios de Europa, Estados Unidos y Sudamérica el circo que se armó en la Cámara de Senadores en México, donde hubo manotazos y agandalle. ¿Los protagonistas? Alejandro Moreno Cárdenas y Gerardo Fernández Noroña.
Ambos senadores muy cuestionados por sus personalidades narcisistas y su nula capacidad de tejer política de altura, y por el contrario, desnudan de cuerpo entero el sistema político mexicano que ha caído a su nivel más bajo en los últimos años, y por ello es que ocurren cosas inverosímiles.
Fotos, videos y contenidos de todos los ángulos se han podido observar al interior de la Cámara, dando cuenta de que Alejandro Moreno sube a donde se encuentra Gerardo Fernández a reclamarle por no haberle dado el uso de la voz durante la sesión permanente. La imprudencia de Alito fue mayúscula, toda vez que sus primeros reclamos fueron cuando se entonaba el Himno Nacional, por lo que tuvo que esperarse al final para ir directo a consumar su plan.
Flanqueado por Rubén Moreira, Manuel Añorve, Pablo Angulo, Eruviel Lorenzo y Carlos Gutiérrez el presidente del PRI increpó a Noroña, hasta llegar a los empujones, manotazos, golpe a la altura de la mandíbula y jaloneo. El show en todo su apogeo. Hasta un asistente del senador de Morena terminó en el suelo por el empujón propinado por Alito.
Toda esta gresca legislativa fue provocada curiosamente cuando el ahora expresidente de la Cámara de Senadores, Gerardo Fernández Noroña, era aplastado mediáticamente por la adquisición de un inmueble valuado en más de 12 millones de pesos conocido como La Casa de los Silencios en Tepoztlán, Morelos, y que no ha sabido comprobar de dónde obtuvo el dinero o el préstamo para pagar. Pero, fundamentalmente, rompe el discurso de la austeridad republicana, la cual se columpia en una farsa.
El agobio fue tal que tratando de construir con labia y sin razón, dijo que él no tenía ninguna obligación de ser austero, lo que sin duda no cayó bien en Palacio Nacional y la presidenta decidió dar su respaldo a medias a este personaje, que invariablemente siempre le ha jugado en contra a Claudia Sheinbaum.
Pero aún faltaba algo más. En un hecho donde queda claro el exceso de este autodenominado plebeyo, convocó a otra sesión inventada para hablar de que se debe condenar la agresión en su contra. Este tipo de acciones corresponden, sin duda, a un fanático y a la miseria de un político subido en un tabique de poder.
Pero lo de Alejandro Moreno no fue cosa menor. De este personaje se conoce su historia, es violento, majadero, bravucón, pendenciero; aquel que dijo que a los periodistas hay que matarlos de hambre; aquel que dijo que Carolina Viggiano no ganaría su campaña política para gobernadora y la adjetivó de muchas formas. Aquel que le dio un abrazo en la sede del PRI estatal a Israel Félix y le vociferó: “Chingo a mi madre si no te hago senador”. Ese es Alito. Caprichoso, altanero, iracundo, mentiroso… muy mentiroso, que se ha apoderado del PRI para succionar los huesos de un cadáver político, porque en la realidad no tiene ningún interés en hacer algo medianamente bueno por el PRI. Pruebas hay muchas, ha perdido todo y se ha perpetuado cuando menos hasta el 2030. Sólo él y su pandilla siguen sorbiendo del PRI, sabiendo que nada se puede hacer por levantarlo.
Alejandro Moreno no tiene calidad moral para hablar de robo, persecución o cinismo. Es como si se describiera frente al espejo. Su gobierno en Campeche estuvo plagado de irregularidades y lo único que le queda en su defensa es enseñar los dientes. El gobierno en el poder no lo ha despedazado por ser una pieza conveniente, porque gracias a él y su desgraciada presencia en su partido, el PRI ha hecho implosión y le ha dejado servida la mesa a Morena. De esos opositores requiere el oficialismo.
Ambos personajes tienen cierto parecido, la ferocidad de Alito y la provocación de Noroña fueron la fórmula perfecta para crear una caja china o cortina de humo para dejar de lado la propiedad del senador morenista y darle paso a un pleito callejero de poca monta.
En política nada pasa por casualidad.
