Norberto Chávez se mira al espejo apoyando sus brazos en el lavabo, se moja el rostro y el agua le escurre en su bigote tipo charro y sus grandes cachetes pardos; tiene poco pelo y abundantes cejas, una cadena de oro en su cuello y la imagen de San Judas Tadeo. Es corpulento y tosco, brazos gordos y manos de globo; respira con dificultad y se suena la nariz con fuerza, los restos de cocaína en su tatema. Vuelve a mirar el espejo y en su mente aparecen algunas de las imágenes de la noche anterior.
En las instalaciones de la Brigada Blanca, campo militar número uno, en la zona de detención y tortura, inserta un clavo en la rodilla derecha de un joven sometido y atado en una silla de manos y pies. Los gritos son infernales y Norberto termina por enterrar completamente el clavo en la articulación del muchacho. Otro hombre repite la tortura en la rodilla izquierda mientras Norberto prepara “el tamalito” (una aberración de sonda) para introducírsela por la boca.
Norberto agita su cabeza y las imágenes de la noche anterior forzadamente desaparecen. ¿Ya no quiere seguir torturando? Vuelve a verse en el espejo y sabe que no puede dejar su trabajo. Busca su ropa, camisa blanca, saco color marrón, pantalón de vestir y botines negros; revisa su pistola, una Browning 9mm, quince tiros en un sólo cartucho. Se persigna y besa la imagen que cuelga de su cadena.
En la cocina lo espera su familia para desayunar. Su esposa María, un alma sin rostro ni voluntad, sólo una sombra con el espíritu muerto. Sus dos vástagos, una niña de diez años y Beto, un joven de dieciséis. El silencio mientras comen, sólo el sonido de la calle a la distancia. Terminan y Norberto los lleva a sus respectivas escuelas, a ella la deja en la primaria Elena Garro y a él en las prepa 5, donde varios compañeros de pelo largo lo saludan de lejos.
—No te juntes con ellos.
—Son mis amigos, pá.
—Son unos malditos mugrosos.
—Pero…
—¡Ya te advertí!
Beto se baja del auto volteando, extrañado por el excesivo regaño, algo asustado. Lo reciben sus amigos y se pierden entre la gente del inmueble universitario. Norberto niega con la cabeza, toma el radio y se reporta con su jefe. Operación en Chalco, investigación de una presunta casa de seguridad utilizada por la Liga Comunista 23 de Septiembre. Norberto pone el pie en el acelerador y se encamina, todo el trayecto piensa en cómo castigar a su hijo.
—¿Dónde es? —pregunta Norberto al comandante Téllez.
—La casa con la reja verde.
—¿Cuántos?
—Mínimo cinco, no más de diez.
—¿A qué hora la tomamos?
—Hasta la noche.
—¿Por qué no ahora?
—Creemos que llegarán más.
Norberto regresa a su vehículo y se mantiene vigilando a dos cuadras de la casa, casi esquina con avenida Tláhuac. Todo el día vigilando, observando, ansioso y fumando. A las seis de la tarde pasa una combi sospechosa y, efectivamente, entra a la casa abierta por una muchacha con anteojos negros y paliacate en el rostro. Norberto pregunta por radio si ya es momento y el comandante le ordena partir a las instalaciones para preparar los tormentos. Norberto quiere se parte de la operación de aprehensión, empero, él es el maestro de la tortura y la comandancia prefiere concentrarlo en dicha especialidad. Enciende el auto y se dirige al campo militar número uno, se estaciona en el área de los servicios secretos y desciende, luego de un complicado y lúgubre trayecto, a los sótanos de la brigada blanca.
Luego de preparar todo, llama a su casa. Su esposa lo espera a cenar y él se molesta recordándole que sale hasta la medianoche. Su hija lo extraña y le platica brevemente sobre la piñata que hizo ese día con sus compañeras. Su hijo no ha llegado, le grita a su esposa echándole la culpa y cuelga azotando el pesado aparato de plástico.
—Ya los traen —le informa uno de sus subordinados.
—Váyanmelos echando a la pileta —ordena y se retira. El proceso de tortura comienza cuando el reo es amarrado a una tabla de espaldas y metido de cabeza en el agua. Cuando se está ahogando lo sacan y, luego de recuperarse, repiten el hecho hasta el cansancio.
—¿No quieres hablar, pendejito? ¡Ahora pasas a la silla, hijo de la chingada!
Amarrado a una silla metálica, atornillada al piso, un muchacho de cabello largo es torturado con clavos en las rodillas, en los codos, los hombros y los pies. Ahí confiesan todos, algunos mueren y otros, posteriormente, tiene que ser amputados de alguno de sus miembros. Sin embargo, si aún se resisten a ello, los hacen hablar con la sonda, introducida por la boca y metida hasta el fondo del estómago. Toques en los testículos y un alambre por el pene. Los que hablan terminan aniquilados y desechos; los que no hablan terminan muertos.
Son diez para las doce y Norberto ha torturado a seis pero ninguno ha confesado, espera al séptimo pero su turno ha terminado. Quiere quedarse un poco más pero su remplazo no lo quiere cerca y le ordena retirarse. Nunca había insistido en quedarse, pero algo en su interior le hace temblar el corazón. En el camino vuelve a pensar en cómo castigar a su hijo y, por momentos de frustración, golpea el tablero del auto. Llega a su casa y, al notar que aún no ha llegado, despierta a su esposa con golpes y, tomándola del cabello, la lleva a rastras a la sala. La hija, muy asustada, sólo observa escondida detrás de las cortinas. Luego de que la sangre sale a flote, la hija llega corriendo y todo es un drama alrededor de la ausencia del único hijo varón (el machismo en todo su esplendor). Norberto se retira rompiendo un vidrio y maldiciendo a todos, se encamina a las oficinas de gobernación y, luego de recorrer varias dependencias, no obtiene ninguna información, nada sobre su localización. Impotente pasa a un bar y se emborracha, contrata a una prostituta y se mete dos blancas rayas. Regresa a las oficinas de su amada brigada blanca, son las seis de la mañana.
Al llegar le extraña una reunión extraordinaria. Todos los detenidos han confesado excepto uno, es el único y si no habla tendrán que desaparecerlo, i.e., quemarlo y enterrarlo. Norberto se burla de ellos y pide que le den la oportunidad.
—Yo sí lo haré hablar.
Entra a la oscura sala de tortura y, al prender la luz, encuentra a su hijo Beto colgado de una viga con los brazos abiertos, desnudo y cubierto de sangre seca. Los colegas observan su espalda esperando que cumpla su promesa. Norberto, con un profundo rostro de sufrimiento, se acerca, lentamente, y observa a detalle las lesiones y lastimosas huellas de la tortura. El silencio y su inmovilidad delatan, fracción con fracción, una anómala situación. Su subordinado es el primero que se percata de su expresión velada de piedad y la falta de consuetudinaria frialdad.
—¿Lo conoces?
Norberto niega con la cabeza.
—No mientas.
Luego de eternos momentos, voltea mostrando sus ojos rojos de dolor, asintiendo en su silencio delator.
—Entonces ya sabes lo que tienes que hacer.
Norberto desenfunda su arma y le apunta, comienza a llorar y en su mente comienzan a aparecer las imágenes de su hijo al nacer, de bebé, en las diferentes etapas de la infancia y la adolescencia. Sin embargo, no puede dispararle; queda cabizbajo y cae de rodillas derrotado. Su subordinado saca su propia arma, una escuadra Gitza 45, se acerca a lo que queda del joven detenido y le da el tiro de gracia. Norberto pierde la conciencia y lo sacan a rastras.
Hasta el día siguiente llega a su casa, sin decir una palabra se mete al baño y se moja la cara frente al espejo. Se observa y, luego del recuerdo involuntario del rostro destrozado de su hijo, cierra los ojos; sin embargo, en la oscuridad del interior de sus párpados también aparece el rostro de su hijo. Su esposa toca la puerta del baño y le pregunta con la voz cortada:
—¿Aún no sabes nada?
—Ya llegará —contesta luego de una larga pausa—, se ha de haber ido con su novia.
Su esposa se miente internamente y, luego de un invisible suspiro, se retira de la puerta arrastrando los pies. Norberto suspira hondo aguantando el llanto, levanta la cabeza como salida y mira el techo tratando de escapar. Ahí también está el rostro de su hijo.
***

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".