En los últimos días se ha desvanecido el fervor público contra la reforma del Poder Judicial porque ya no hay vuelta atrás, pero las críticas y los enconos continúan en los entornos privados sin que nadie logre, aparentemente, entender lo sucedido.
Se ha pasado por alto que Andrés Manuel es el mayor estratega de las últimas décadas en nuestro país, creado a base de prueba, error y sacrificio; esto último no en términos de bondad, sino lo contrario.
El “amor con amor se paga” y los “abrazos no balazos” son elementos de una estrategia más compleja que nada tiene que ver con el amor y los abrazos, y que se sostiene, más bien, en lo que Mao Tse Tung llamaba “la guerra popular prolongada”.
En el 2006, Andrés Manuel sufrió los embates de un “adversario” pequeño pero fuerte que impidió que llegara a la presidencia pese a que tenía el apoyo de un país grande pero débil. Ese año, tras la “derrota”, parecía imposible sacarlos del poder y la única solución (que muchos tomaron) parecía ser unirse al enemigo.
En el 2012, se enfrentó a una nueva estrategia del “adversario”. El “adversario” seguía siendo pequeño, fuerte y conquistó los intereses más vanos de la población: México tendría un presidente guapo. AMLO seguía teniendo buena parte del respaldo popular, pero era radical y débil.
¿Qué hacía falta para dejar de ser débil? Las circunstancias facilitaron el camino, sí, pero entendía la necesidad del sacrificio: ¿Valía la pena mostrarse radical?, ¿era necesario confrontar al enemigo en el escenario público?, ¿había servido llamar “chachalaca” a Fox o mandar al diablo a las instituciones? y ¿cuál era su verdadera fortaleza?
El pueblo por sí mismo ha sido siempre quien ha hecho fuertes a ambos bandos. Lo increíble ha sido que durante más de 80 años el pueblo sostuvo en el poder a sus principales enemigos.
Entonces, la cuestión era cómo ganarse a todo el pueblo y la respuesta era la misma para las otras cuestiones planteadas: no valía la pena mostrarse radical, no valía la pena confrontar al enemigo directamente y tenía que conquistar al pueblo, el mismo que sufre por la desigualdad y que algunas veces encuentra en la delincuencia la única manera de alcanzar un nuevo estatus social. A ellos tenía que conquistar y lo hizo no sólo para el tiempo de campaña, sino durante todo el sexenio porque estamos inmersos, metafóricamente hablando, en una guerra prolongada necesaria para alcanzar y conservar el poder.
En el libro “La Guerra Popular Prolongada”, Mao Tse Tung sostiene la tesis de que sólo prolongando la guerra, el débil puede vencer al fuerte siguiendo una serie de estrategias subsumidas en tres etapas.
Desde mi perspectiva, Andrés Manuel, de manera consciente o no, ha seguido los principios de la guerra popular prolongada y, en cuanto hace a la resistencia que hubo del Poder Judicial no le quedó más que “aniquilarlo”, siguiendo la afirmación de Mao Tse Tung quien escribió: “Sólo aniquilando las fuerzas vivas del enemigo, podemos aplastar sus campañas de ‘cerco y aniquilamiento’ y ampliar las bases de apoyo revolucionarias”.
El 1º de junio se completará esta etapa y no hay razones jurídicas ni de otra índole para defenderlas. La causa y justificación siempre fue una sola: “aniquilar las fuerzas vivas y ampliar las bases de apoyo”.

Por: Leonardo Flores Solís
Abogado de profesión y activista por vocación. Soy producto de la justicia social. Maestro en Derecho por la UNAM y licenciado en Derecho por la UAEH. Soy más puma que garza.