La comprensión ontológica 10

¿Quieres ir a un festival? ella me pregunta en neerlandés.

 

10.1 Estación Sloterdijk, 10:23 am. Los puentes, túneles y desniveles son obras de arte. Líneas paralelas, superficies con texturas de criterio funcional y colores sobrios que armonizan con el todo. Hay bicicletas por doquier y, en la parada 382, soy el único humano que espera el autobús.

Where do we go now?

El viento del norte se asoma por los descomunales recovecos del titánico inmueble.

To your heart —me contesta la voz del mar.

Una gaviota aterriza cerca de mí, pica el piso explorando migas y, teniendo cuidado de no espantarla, aviento un trozo de pan. Toma, carnal. Llega dando brincos, lo recoge y, después de mirarme con sus pequeños ojos redondos, emprende el vuelo hacia la costa. Adiós, carnal. El sol brilla claramente, el incesante calor rebota afablemente contra el detallado pavimento de diminutas piedras minimalistas y, mientras enciendo un carrujo, aparece frente a mí una hermosa holandesa de vestido rojo, ojos eternamente azules y labios rosas. Me mira como el océano, sonríe y se acomoda su hermoso cabello. Levanto la mano saludando sin decir nada, pero seguramente ha notado mi sonrisa interior y, probablemente, se me iluminó el rostro al verla. Saco la guitarra del estuche, interpreto “Peyote” sin líricos y, conforme pienso en la síntesis entre Ámsterdam y mi último viaje al desierto, va llegando más gente a la parada.

Gut! Gut!

Expresa una pareja de alemanes acercándose y, sorpresivamente, ella echa un billete de cinco euros al estuche que sin intención dejé abierto.

Well, I don’t...

Spiel! Spiel!

Thanks... —apenas agradezco y, para no decepcionar, sigo tocando para seguirme con un alegre popurri de Código de Guerra y, no es por presumir pero, al terminar todos me aplaudieron. Incluyendo, por supuesto, a la bella holandesa de vestido rojo. Entonces llegó el autobús que, supuestamente, me llevaría al festival Landjuweel en Ruigoord.  

Me siento hasta atrás para poder mirar sin problema ambos lados de una silenciosa carretera, suave tecnológicamente y, considerando perfectamente la estética, sencillamente funcional. Los campos abiertos armonizan con el agua, el tradicional sistema eólico en todas sus vertientes y la belleza en el acero de toda estructura mobiliaria.

El cielo tiene infinidad de tonos azules.

Miro la pantalla y, aparentemente, faltan dos paradas para Ruigoord, empero, en la siguiente desciende la mayoría de la gente. Why? Recorro el exterior con mi vista, un mar de casas de campaña y, justo pasando al lado de mi ventana, la chica de rojo. Where are you going? Volteo de inmediato al frente por intuición, me pongo de pie instintivamente y, justo cuando me dirijo al chofer para aclarar, el autobús vuelve a arrancar. Chale. Y, no obstante ya muy tarde, mi primitiva deducción acertó que tenía que bajarme en la citada estación. ¿Y la guía en la pantalla? Lo que parecía ser una lista de las estaciones consecuentes resultó ser un listado de lugares pertenecientes a la siguiente parada. El chofer me lo explicó dejándome en Buitenhuizen pont.

Sin embargo, no fue mala suerte.

Dicho error fue un maravilloso error a pesar de los siguientes seis kilómetros de caminata hacia el festival porque, precisamente, fue aquella travesía la que hizo posible mi conexión con la naturaleza de la naturaleza holandesa.

Here we go.

Un gran molino metálico de más de treinta pisos de alto en el centro de su imponente hélice, o quizá mucho más, en todo caso una increíble altura hipnótica. El sonido del aire cortado por sus magníficas espadas de acero blanco, la armonía en su modo de producción de energía y el silencio de los autos como muestra de una auténtica revolución verde de diferentes mentes, e.g., la bicicleta tiene prioridad sobre los motores, la tolerancia a las distintas formas de ser y, sobre todo, la libertad sobre el concepto mismo en la inalienable auto-interpretación de cada individuo.

Mooi —hermosa en neerlandés.

Camino observando, reflexionando y, luego de quitarme los zapatos, sintiendo el pasto, la arena y las diminutas piedras. Rojizas, innumerables grises y tiernamente lisas. Fenomenología puramente artística. Tengo conciencia intencional de los objetos desde un punto de vista lógico-cultural y disfruto la experiencia estética de mis sentidos olvidándome de todo razonamiento a mi alrededor.

Husserl puede estar feliz —me dice Spinoza también feliz.

—¿Lo conoces?

—Conozco a Descartes.

—Pues sí.

Un avión pasa muy cerca y, extrañamente, sin hacer ruido. ¿Es el viento fuerte el que lo aleja? Las pequeñas flores silvestres brillan de naranja, rojo y violeta. Me siento en el pasto a la orilla de una silenciosa carretera. Observando, oliendo y tocando, interiorizando-lo. Mi experiencia en los Países Bajos. Meto suavemente mi mano en la arena, siento la tierra tibia conectarse con mi sistema nervioso y, penetrando un poco más, en la escondida humedad de la naturaleza. Sigo caminando entre preciosas pendientes, simplemente perfectas e ideal-mente reales para bicicletas. Cruzo la vacía carretera sentándome frente a un pequeño canal donde un pequeño pato color plata sumerge la cabeza y hace gárgaras una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez agitando su cabeza al salir sin despeinarse. Me voltea a ver, grazna un reclamo y repite su acción. Cierro los ojos, aspiro hondo y, sintiendo plenitud mundana, recibo con gran sonrisa el sol suave en mi cara.

—¿Cómo llegaste a tu propio concepto de Dios? —le pregunto a Spinoza.

—Sólo observa.

—¿Y? —insisto luego de una pausa.

—Todas las respuestas están en la naturaleza.

Abro los ojos suspirando, no dejo de pensar en nuestro último diálogo y, más aún, en la dramática discusión sobre la religión. Mañana vuelvo a buscarlo, pienso mientras busco con la vista al pato y ya no está. Vuelvo a suspirar. ¿Adónde habrá ido el culero?

¡Cuac!

Me sorprende apareciendo por mi lado derecho, me mira con su ojo izquierdo ponieńdose levemente de perfil y, luego de girar la cabeza para mirarme ahora con el derecho, mueve varias veces sus alas como sus propias palabras.

—¿Cómo te llamas? —pregunto, me mira y se acurruca a un lado; bosteza, vuelve a mirarme y cierra los ojos.  

Cámara.

Cierro los ojos también, aspiro nuevamente sobre el pasado y el sentido de mi ser presente. El sentido de las preguntas, no en términos lógicos sino existencial-mente individuales, parece ser la llave condicional de todo filósofo.   

¡Cuac, cuac!

Creo que lo aburrí, se encamina hacia el canal dando pasos cortos y, de un chistoso brinco, se echa al agua para repetir su acción de sumergirse haciendo gárgaras.

Adiós carnal.

Vuelvo a emprender la caminata, tocando cada árbol, algunos rugosos y otros llanos.

Hallo, boom!

Abrazo a uno, pego cuidadosamente mi cabeza-oreja y, pacientemente, escucho sus sonidos internos.

—No sólo las respuestas, también las preguntas.

—¿También las preguntas? —reflexiona Spinoza.

—Sobre todo las preguntas —le subrayo.

Finalmente vislumbro Ruigoord.

—Here we are.

El festival de Landjuweel.

 

10.2 Después de mi primera charla con Spinoza fui a sentarme a la orilla de un solitario canal a unas pocas cuadras de Waterlooplein, aún no digería las coincidencias con su valiente postura filosófica a pesar de su intolerante familia y, aún con nuestras evidentemente contradictorias metodologías, las semejantes conclusiones en cuanto al concepto de Dios. Durante un buen rato no pasó ninguna embarcación, empero, pocos minutos después de la anterior consideración comenzaron a pasar muchas barcazas, tanto de turismo como privadas.

En una iba el piloto explicando a los pasajeros la historia del lugar cuando, al verme, gritó de inmediato señalando al norte:

The church is over there!

Yo pensé que no se refería a mí, pero volvió a decírmelo varias veces más que, incluso, todos los pasajeros voltearon a verme.

Yes! Yes, you! It’s  over there!

Los pierdo de vista cuando giran con dirección hacia Amstel, un canal más grande.

—¿Por qué me dijo eso ese güey?

—Porque estás loco.

Silencio.

—¿Y él cómo lo sabe?

 

Continúa 11

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".