—Dios existe sólo en tu mente —me dijo mi hermano la última vez que lo vi— y, quizá, en tu corazón si así lo sientes, empero, no existe exteriormente.
4.1 La noche antes del gran ciclón tuve un sueño que, sobra decirlo, fue extraordinario. Año XXXIII, Jerusalén. Presenciaba la crucifixión de Jesús abriéndome paso entre los volubles pobladores hasta llegar a la violenta delimitación de los legionarios romanos, uno de éstos me amenaza con su lanza, me detengo temeroso y, cuando rechaza mi petición para dejarme pasar, un relámpago atraviesa el cielo y toda la gente se intimida por la fuerza del majestuoso trueno.
—Padre —dice Jesús elevando sus ojos—, padre… ¡No los perdones! ¡No perdones a nadie! ¡Sí saben lo que hacen! ¡¡Mátalos!! ¡¡Mátalos a todos!! ¡¡A todos!!
Dos poderosos relámpagos iluminan momentáneamente la tarde nublada, sus poderosos truenos terminan de cimbrar todos los cuerpos y, tras un breve momento, comienza a llover a cántaros. Todos huyen corriendo dolorosamente por las gotas del cielo, excepto yo y una sombra que se acerca diciéndome:
—Gracias.
Volteo y, ya sin heridas, es Jesús el Nazareno.
—¿De qué? —le pregunto.
—Por ayudarme en mi venganza.
—Pero yo no hice nada.
Desperté súbitamente, miré el reloj y, aunque faltaban más de dos horas para zarpar, no quise volver a dormir y partí hacia el puerto bajo la oscuridad gradualmente azulada por los innumerables tonos del mar.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —me preguntó el capitán.
—La impaciencia —dije poniéndome a limpiar la borda.
El capitán rió un poco, observó el horizonte oceánico y, luego de suspirar pesadamente, me dijo:
—Gracias, chico.
—¿De qué?
—Por ayudarme.
4.2 Recuerdo mi primer día de trabajo en el barco, no sabía hacer nada y, por consiguiente, desconocía totalmente los nombres de utensilios, herramientas e instrumentos. Además me desconcertaban los estrechos espacios de la nave, chocaba con todo y, lo peor de todo, confundía con frecuencia los nombres.
—¡Esa no es la proa!
—Disculpe, capitán.
—¡Eso no es estribor!
—Lo siento, capitán.
—¡Así no se hace el nudo mariposa!
—Perdón, capitán.
Tropecé con la malla de pesca, quise arreglarla y se me hizo bolas con los anzuelos, las carnadas y el sedal.
—¡Serner!
Entre más quería arreglarlo más se enredaba, me pinché varias veces la palma y mi muñeca-atrapada se laceraba.
—¡Dónde está la red!
—¡Voy, capitán!
—¡Hay cardumen a la vista!
Sólo lo empeoraba, también mi pie quedó atrapado hasta quedar inmovilizado por mi absurdo intento de querer enmendarlo en solitario.
—¡Qué pasó! —llegó diciendo.
—No puedo moverme, capitán.
Me miró y, contrario a lo que pensaba, se echó a reír a carcajadas. Primero me tranquilizó pero luego su risa me hizo sentir mal, de verdad no servía para nada pues, para re-confirmarlo, éste era mi enésimo fracaso laboral.
—No te preocupes, chico —dijo, tomó su cuchillo y cortó la malla para liberarme. Nos sentamos a un lado de la cabina que producía una sombra alargada, sacó dos cervezas de la nevera y, compartiéndome una, nos pusimos a platicar aunque yo evadiendo sus interrogantes en cuanto a mi origen, reciente pasado e identidad.
No le digas nada, hermano.
Meditaba mucho antes de ofrecerle una respuesta, a veces dichos silencios eran suficientes para cambiar de tema pero, cuando él pacientemente esperaba, contestaba únicamente lo necesario. Luego me preguntó sobre Claudia.
—¿Qué intenciones tienes con mi ahijada?
—¿Intenciones?
—No te hagas, chamaco.
—Es mi amiga.
—¿Sólo tu amiga?
Asiento.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿En serio?
Asiento.
—¿Entonces no son novios?
Me quedé callado, se me quedó mirando cuando, por fortuna, nos interrumpió un magnífico cetáceo hermosamente grisáceo, la marea moviéndose irregularmente y, pocos segundos después, su aleta caudal elevando un particular dibujo de media luna.
—¡Es él!
—¿Quién?
—Herman.
—¡Quién!
—¡Herman Melville! La ballena que mató a mis padres.
—¿Viven tanto? —pregunto luego de una pausa.
—Hasta ochenta años, chico.
—¿Cómo sabe que es la misma?
—La media luna.
La aleta saliendo del agua mostrando su firma, el capitán sonriendo satisfecho y, luego de una gran aspiración que casi lo hace llorar de emoción, se mete a la cabina poniendo sus manos en el timón.
—¡Vamos!
Continúa 5

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".