La narrativa hidalguense ha cambiado drásticamente en poco tiempo, presentando innovadores juicios contra funcionarios públicos por delitos como enriquecimiento ilícito o desvío de recursos federales, hasta una guerrilla política como nunca se había visto.
Siendo la inseguridad la protagonista en esta narración, vemos cómo lentamente la vida hidalguense comienza a asimilarse a formas de entidades marcadas por la presencia violenta de la delincuencia organizada.
Cada día somos bombardeados con la nota roja que nos ofrece descripciones detalladas sobre linchamientos, homicidios dolosos o en condiciones extrañas, huachicoleros, manifestaciones violentas con muertos, destrucción de comercios y ahora balaceras.
Nos convertimos en observadores de un entorno social acribillado por la delincuencia en distintos niveles, dejamos de ser una entidad preocupada por los deslices de su clase política mientras nos quejábamos de la falta de derrama económica para conformarnos –como gran parte del país- con la tranquilidad provinciana.
Los estados de la República que han atravesado este difícil proceso de “violentización” oficializaron su ingreso a los focos rojos de inseguridad con crímenes directos a periodistas y políticos que, en su momento, estorbaron para el correcto arraigamiento de dichas células.
La narrativa actual nos lleva de la mano a esperar impávidos la nota roja sobre algún crimen perpetrado directamente contras periodistas, que también comienzan a conocer las nuevas reglas y formas del escenario que les impiden husmear de más, pero también les exigen hacer menciones específicas.
Surge el miedo como medida cuantitativa sobre el ejercicio libre del periodismo a la par de la inevitable búsqueda de primicias en escenarios que ponen en peligro más de una vida.
Hemos visto homicidios con arma de fuego en vías públicas con víctimas variadas, desde profesionistas, policías hasta gente de a pie, sin motivos aparentemente congruentes.
Tampoco resultaría extraño que en cualquier momento una de las víctimas coincida con el perfil de algún político hidalguense, sin aparente conexión.
Un periodista o un político son homicidios comunes cuando el crimen organizado pretende afianzarse en alguna plaza, razones variadas que van desde encubrimiento de información o movimiento de piezas a su conveniencia.
De ser ciertas las teorías sobre la posible presencia del crimen organizado o su intento por ingresar a Hidalgo, los homicidios en los dos gremios serían un paso natural y previsible.
