¿Sabes cómo se determina el valor de algo, hermano? Supongo que, de algún modo, ya lo tiene intrínsecamente determinado en su ser. ¿Un valor en sí? Ya que lo dices así me recuerdas el escalofriante noúmeno kantiano. Qué horror. No un valor en sí pero sí un valor que reside en su propia participación en el todo. ¿Otra vez el puto de Hegel? No necesariamente, simplemente que la caracterización individual reside, en muchos sentidos, en su relación con la colectividad. Continúa. Todo tiene un valor, aunque no todo tiene el mismo valor siempre. ¿De qué depende? ¿Económicamente? En eso estamos ¿no? Pues de la oferta y la demanda. ¡Error!
Las discusiones con mi hermano eran, en aquellos singulares días, más una provocación de su parte para despertar mi conciencia social que una genuina argumentación formal sobre los conceptos utilizados en nuestros respectivos alegatos. Apelaba, convocaba y provocaba mi sentimiento de justicia. Y, por supuesto, no requirió de mucho esfuerzo para ello. En esos días era un romántico y la rebeldía de mi hermano inspiraba mi alma de anarquía, no obstante, todos mis cuestionamientos eran criticados por él como una muestra de los efectos enajenantes del sistema capitalista que habría que destruir.
¡Eres un burgués! No puedo conducir ni mi vida y tú ya quieres que colabore de lleno en un movimiento de transformación del mundo. El mundo temblaría si todos los revolucionarios estallaran sus chispas al unísono. ¡Pero yo no soy un revolucionario! Aún no (pero lo serás). Si no es la oferta y la demanda lo que realmente determina el valor de un objeto, ¿entonces qué es? El costo de producción. ¿Lo que cuesta hacerlo? Si para hacer una mesa se requiere un día de trabajo por parte de un obrero, el valor de dicha mesa es el costo de manutención de dicho trabajador por día. Eso es demasiado relativo. ¡No lo es! Pero puede serlo y, por consiguiente, es muy variable. Es que no te estás dando cuenta de lo verdaderamente importante. ¿Lo verdaderamente importante? ¡La maldita plusvalía!
Mi hermano tenía razón, si el citado costo de manutención es, por ejemplo, de 30 pesos y la mesa en el mercado se vende a 100, la diferencia (de 70) entre el valor real y el valor de mercado es aquello que sólo se queda en las arcas del patrón y, evidentemente, nada de esto le toca al trabajador. Es una forma esclavitud.
—¡Qué hace mi nieto aquí!
Mi abuelo entró a la choza de la chamana, me encontró acostado boca arriba cubierto por flores de múltiples colores con motivos espiritualmente indígenas y rodeado de lo que para él eran sólo innumerables símbolos paganos. Se puso furioso, levantó mi torso y ordenó a Fidel que barriera con todo mientras otros de sus empleados me sacaban a la fuerza para no intentar defender a Elisa y su abuela.
—¡No me hicieron daño! —le explico a mi abuelo—. ¡Por favor no les hagas nada!
—¡No vuelvas a acercarte a mi nieto! —amenaza mi abuelo a la anciana, sale de la casa mientras a mí me cubren con una manta, me meten a una camioneta y, completamente inmovilizado, intempestivamente arrancan.
Lo último que supe fue que, entretanto Elisa defendía sus pertenencias con su abuela, Fidel y sus hombres le prendieron fuego a su aposento.
El hogar de la chamana en llamas.
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Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".