Tuve una pesadilla.
—Aquí estoy.
Cerré los ojos por lo que me parecieron apenas unos breves momentos cuando, al abrirlos, ya no estaba el lobo. Me puse de pie de inmediato, lo busqué desesperado con la vista y preocupado recorrí los pasillos intentando encontrar su pista.
—¿Qué buscas?
Sus manchas de sangre ascendían por las escaleras, continuaban por el segundo nivel y se encaminaban hasta la capilla de rezos. Allí, donde yacía el crucificado, desaparecieron las huellas.
—Hola —una voz me habla, volteo y es el niño de la pintura.
—Tú no existes.
—¿No?
—No como yo.
Y se echa a reír
—¿Por qué te ríes?
—¿Te gustan las pinturas del castillo?
—Más o menos.
—Te he visto hacer anotaciones frente a algunas.
—¿Me espías?
Vuelve a reír y se aleja caminando.
—¿Adónde vas?
Alza su brazo para que lo siga y se pierde en la oscuridad.
—No lo sigas.
Lo alcanzo frente a una pintura donde Jesús está siendo bajado de la cruz.
—La piedad —me dice— se sustenta en un ideal metafísico del hombre, e.g., si alguien sólo puede desplazarse en silla de ruedas se siente compasión por él. “Pobrecito…”
—¿Por qué “pobrecito”?
—Porque no puede caminar.
—Pues es algo muy cabrón, yo me quitaría la vida si no pudiera caminar.
—Te creo.
—¿Entonces por qué criticas el sentimiento de compasión o misericordia?
—Porque no es un sentimiento auténtico sino otra trampa metafísica.
—¿Otra?
—La piedad sólo tiene sentido si partes de un ideal del ser humano y, como en el ejemplo la persona no tiene semejanza con dicho ideal, por ello se siente lástima por él.
—Sí tiene semejanza, aunque no la misma semejanza.
—Observa bien el cuadro.
Las heridas del nazareno, la sangre escurriéndole por la frente y la tragedia en el rostro de todos los presentes.
—Murió de forma trágica —me dice— pero dicho drama fue el inicio de la transmutación de los valores griegos.
—Una muerte por otra.
Suspiro, volteo a verlo y ya no está.
—¡Ven! —su voz a lo lejos.
Lo alcanzo ahora en el American Hall (una sala patrióticamente norteamericana), frente a una gran pintura sobre el desembarco en Normandía. El mar, las nubes y la artillería de los barcos atacando las costas. Los vehículos anfibios, los soldados asustados y las balas de ametralladora. La MG-42 aplastando a un joven soldado que desangra de una herida en la pierna, otro llora escondido y uno más tiene las vísceras de fuera.
—Debes detener a Kalten —me dice refiriéndose al líder neonazi.
—¿A qué te refieres con “detener”?
—Haz algo para detenerlo.
—¿Hacer qué?
—Lo que tengas que hacer.
Silencio.
—No voy a hacerle daño —aclaro.
—Sólo vas a hacer justicia.
—¿Justicia?
—A mí me mató un nazi.
—¿Cómo? —pregunto luego de un pausa.
—Dicen que fue un accidente pero yo sé que no fue un accidente.
—¿Qué pasó?
—Averígualo tú —me dice molesto.
Siento lástima por él, por su alma desquebrajada y su espíritu remordido; sus ojos se ponen paulatinamente rojos y, luego de que se limpia una lágrima que corre sobre su rostro, de manera sorpresiva se abalanza agresivamente sobre mí tomándome del cuello con todas sus fuerzas.
Despierto súbitamente con un tremendo grito saliendo de mi cabeza, estoy sudando por completo y mi corazón galopa a toda velocidad. Aún no tomo plena conciencia de la anterior pesadilla y presente vigilia en la estancia principal del castillo cuando, emotivamente, recibo un lengüetazo en la cara por parte del lobo gris con la pata cercenada que ayudé a refugiar en la madrugada.
—¡Hola!
Acaricio su cabeza y éste, cariñosamente, se echa a mi lado como un perro de casa.
Continúa 135

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".