Caminamos por el patio, yo cabizbajo, el espíritu totalmente desolado. El piso gris, cemento agrietado y manchas de sangre en algunas partes. Nos sentamos en la sombra, en el piso, recargando la pared a un gran muro color beige. La torre oriente nos cubre del sol proyectando al vigía de manera alargada. El gran rifle. Púas en las cúspides y enormes faros desconectados. Ambos suspiramos.
¿Por qué quieres que le haga daño? Sólo te estoy defendiendo. No así. Pues no hay otra forma. ¿Por qué no hay otra forma? ¿Recuerdas el océano? ¿Veracruz? ¡El océano como origen de la vida! Sí, claro que lo recuerdo; entró en mi cabeza como una científica flecha. Entonces comprendes que si quieres sobrevivir, no hay otra forma. Sí la hay; lo siento, lo intuyo. Me lo dice mi instinto. A mí también. ¿Por qué? ¿Quieres filosofar? ¡Quiero saber!
—¿Qué quieres? —me pregunta un viejo policía, el encargado de la pequeña biblioteca del reformatorio.
—Un libro.
—¿Qué libro?
—No lo sé —digo luego de pensarlo—. ¿Usted cuál me recomienda?
—¿Yo?
—Sí, ¿usted cuál me recomienda?
El anciano me mira a los ojos, descubre algo en ellos y hace su cuerpo para atrás. Se da la media vuelta prometiendo volver.
Me vio a mí.
—¿Qué haces aquí? —alguien me reclama sujetándome por la espalda. Es el gigante, mi compañero del celda.
—Vine por un libro.
—¿Un libro? —pregunta burlonamente—. ¿Y para qué quieres un libro?
Regresa el viejo y el gigante me suelta convenientemente.
—¿Tú qué haces aquí Josué?
—Me mandaron a ayudarle.
—Bien, bien; orita te traigo una escoba, pero antes— me entrega un libro con portada dura color negro y letras color plata—. Úsalo bien —y se retira por la escoba.
—Aún no me has contestado, pendejo —repite el gigante con un empujón. Miro el libro. Título y nombre del autor. Autora. Yo sólo sé que no sé nada de Lola Lubeck. Vuelve a empujarme.
Aplica la mayéutica. ¿Cómo? Sólo sigue tus instintos.
—Me tienes miedo ¿verdad? —dice el gigante y me da una cachetada. Un rayo recorre mi espina dorsal, lo miro a los ojos fijamente y hundo mi mirada en sus pupilas. Recorro en millonésimas de segundo su conciencia barata, su alma falsa y su masa cerebral produciendo podridas telarañas.
Aprieto el libro con ambas manos y golpeo su cabeza con todas mis fuerzas.
Continúa 16

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".