¿Han soñado con la muerte? El cuerpo frío y rígido, el corazón seco, inmóvil y la eterna oscuridad de la mente; el cerebro apagado, los fantasmas de las sensaciones y la sangre convertida en piedra. La nada universal y el vacío individual, la conciencia imposible y la extinción del ser. En todo esto soñé.
—¡Ahora sí ya se los llevó la chingada, malditos escuincles!
Todos los niños nos arrinconamos conforme los maleantes nos acechan, Puerquito ladra defendiéndonos y yo toco ligeramente la pistola envuelta en periódico.
—¡Qué quieren! —exclama Samantha.
—¡Lo que nos robaron! —reclama uno de éstos.
—¡Nosotros no les hemos robado nada!
—Pregúntale a tus amigos los rateros.
Ella se sorprende, va a replicar algo pero, en vez de eso, voltea a ver a su banda. El Proto y el Comanche bajan culpablemente la mirada. El peso del silencio entre ellos mientras el Alebrije entra en pánico, la Ñera en un dilema y la Calabaza se pone a llorar. Puerquito deja de ladrar.
—¿Dónde tienen la maleta?
—¿Maleta? —pregunta Samantha.
—¡La maleta que me robaron!
De repente el Proto y el Comanche se echan a correr, el primero logra esquivarlos pero el segundo es atrapado. Dos de ellos disparan al Proto, quien sube rápidamente las escaleras y desaparece por la puerta del sótano. La Ñera patea a uno de los tiradores y éste le regresa un puñetazo en el rostro que la derriba en el suelo. El Alebrije la defiende pero éste es sometido fácilmente. Samantha defiende a la Calabaza, quien es sujetada por fuerza por uno de los maleantes; ambos forcejean y le ayudo sujetando al tipo por la espalda. Sin embargo, recibo un culatazo en la cabeza, caigo aturdido y derribado con el rostro en el piso.
¡Bang!
El eco del disparo implica un fuerte silencio, durante unos instantes todos quedan quietos. Me limpio la sangre de la vista y en el suelo aparece la Calabaza, con el rostro ensangrentado por el impacto de la bala.
—¡Vámonos! —dice el líder de los maleantes y se llevan al Comanche, éste nos pide ayuda a gritos pero nos amenazan apuntándonos con sus armas.
Los maleantes salen del sótano y el Alebrije los sigue.
—¡Adónde vas! —le grita Samantha, pero éste no contesta.
Me levanto, siento un mareo y me siento recargando mi espalda en la pared. Tengo la cabeza caliente, hormigueando y sumamente pesada. Levanto la mirada y Samantha y la Ñera lloran junto al cuerpo de la Calabaza.
La muerte no es una sustancia, tampoco un ser o una instancia. Es la nada de la existencia, el no-ser, la ausencia de vida. ¿Hay vida después de la muerte? ¿Después de la muerte?, pregunta burlonamente mi hermano. ¿Qué sucede cuando morimos? ¿Qué sucede con qué o quién? ¿Qué sucede con uno? La muerte. Sí, pero después. ¿Después de “la muerte”? Exactamente. Estás confundido, hermano. ¿Por qué? Hablas de la muerte como si fuera una etapa en la vida, por ello hablas absurdamente de una experiencia posterior a tu propia extinción. ¿Entonces no hay nada después de la muerte? Nuevamente hablas como si la muerte fuese una etapa experimental, cuando es la imposibilidad de cualquier experiencia. Creo que tienes razón. ¿“Crees” que tengo razón? ¿Estás molesto conmigo por algo? Vete con tus amigos.
—Tenemos que ir a la policía —le digo a Samantha.
—Te detendrían.
—No me importa, pero tenemos que hacer algo, tenemos que pedir ayuda.
—¿A la policía?
—¿Por qué no?
—¡Porque ellos son policías!
Continúa 45

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".