Ser y Devenir 45

¿Por qué ya no quieres hablar conmigo? Ya no me necesitas. Te necesito todo el tiempo. No es cierto. ¿Por qué dices eso? Tú lo sabes. No lo sé. Por lo mismo ya no me necesitas. ¿Y mis dudas? Son tuyas. ¿También los problemas filosóficos? ¿Cuáles problemas filosóficos? Vivir o morir. ¿Ser o no ser? Algo así. ¿Algo así? ¡Por qué he de seguir adelante con esta miserable existencia! No tienes por qué seguir adelante. ¿No tengo? Nadie te obliga, puedes rendirte cuando quieras. ¿Y la naturaleza? No hay nada más allá de ti, de tu conciencia, que te lo impida. ¿Y el imperativo categórico? ¿Eres un borrego o un individuo? ¿Qué tiene que ver eso? Todo. ¿Todo? O sigues los valores de la colectividad o promulgas tus propios valores. ¿Por qué? Los primeros son falsos y, por tanto, enajenan tu ser, los segundos, en cambio, son originales y auténticos. Pero… La fundamental diferencia entre un supuesto deber ser y simplemente ser. Pero sólo estás distinguiendo dos criterios morales, el colectivo y el individual. Exacto, la sublime diferencia entre tú y yo.

—¡Serner! —me llama Samantha y abro los ojos, me duele mucho la cabeza y, aunque la sangre se ha secado en la herida, aún siento una rítmica punzada que por momentos me borra por completo la vista—. Nos tenemos que ir.

Asiento lentamente, las miro y ambas están espiritualmente destrozadas. La Ñera no quiere saber nada de nada y Samantha, aunque adolorida, se mantiene fuerte. ¿Qué haríamos si ella se derrumba? Puerquito ya no ladra, sólo chilla en el regazo de la Calabaza, su rostro destrozado por la bala.

Nos fuimos para siempre del sótano en el monumento a la raza. El cuerpo de la Calabaza se quedó ahí, sola, vulnerable, tapada únicamente con dos cobijas rotas. Apenas salíamos cuando vimos una decena luces azules y rojas de la policía del entonces Distrito Federal. Llegaron por ambos lados de Insurgentes y huimos sin ser vistos por el camellón rumbo al norte, desviándonos en el cruce de las vías del tren y perdiéndonos en la oscuridad de la noche. El comienzo de una triste madrugada.

Una hora caminando en silencio, ellas cabizbajas y Puerquito siguiéndolas muy de cerca, a su lado, protegiéndolas. Sesenta minutos, circa, pensando, meditando y luchando contra mi incomprensión, mal-interpretación originada por nuestras diferentes experiencias desde el momento de nacer. Yo me quejaba de que mi madre me había abandonado y ellos ni siquiera conocieron a sus padres, a ninguno de ellos. Excepto por el Comanche, quien decía que su padre era el único honesto de la policía y que por ello lo mataron. La leyenda nos la sabíamos todos, pero nunca la había asimilado del todo. Hasta ahora, hasta ahora que mi mundo parece de juguete comparado con el de ellos. El difícil mundo de ambas, el de la Ñera y Samantha. Y yo quejándome por nada.

Llegamos a unos bodegones abandonados y con ayuda de Puerquito encontramos un hueco y nos metimos a un depósito de vagones oxidados.

—¿Qué vamos a hacer? —les pregunto luego de acomodarnos en uno de éstos.

—Descansar —dice Samantha.

—¿Cómo? —pregunto extrañado.

—Pues durmiendo, pendejo —me dice la Ñera.

—No —reitero—, yo me refiero a qué vamos a hacer con respecto al Proto, el Alebrije y el Comanche.

—¿Qué quieres que hagamos? —continúa la Ñera.

—¿No los vamos a buscar? —insisto. Ellas se voltean a ver y se quedan mirando como si jamás lo hubiesen pensado—. ¿No?

La Ñera se pone de pie molesta y sale del vagón mentándome la madre, Samantha me mira de manera condescendiente y niega con la cabeza.

—¡Por qué no! —reclamo.

—Siéntate.

—¡Para qué!

—Tú siéntate.

—¡No!

—Por favor.

—No entiendo nada —digo luego de una pausa.

—Déjame explicarte.

La miré y miré mi reflejo en sus ojos verdes, sus pecas volvieron a consolarme y de pronto su semblante pareció de alguien mayor. Eso me conmovió. Me senté junto a ella y me contó la situación, la cual rebasó cualquier predicción de mi parte sobre el problema. Sinceramente quedé rebasado, y devastado, en mis pensamientos por dicha información.

—Dime —le dije cuando me senté. Ella me tomó la mano, suspiró hondo y la apretó con fuerza. Volvió a suspirar y me explicó:

Ese grupo de maleantes, todos ellos con placa de la policía, apenas son una pequeña parte de una cadena de prostitución infantil. Niño que se llevan, niño que no regresa. Su lucha, desde muy pequeña, ha sido escapar de dicha cacería; empero, ello ha significado ver a muchos de sus familiares de la calle desaparecer. Más de diez.

—Entonces… ¿No hay esperanza para ellos?

—No —me contesta aguantando el llanto.

—¿Y para nosotros?

Me mira, quiere decirme algo pero, luego de varios segundos de indecisión, no dice nada y se pone a llorar. Puerquito ladra, ladra varias veces y le lame la cara; ella sonríe un poco, lo acaricia y lo abraza. Con sólo verlos me siento completo. Eso es esperanza.

 

Continúa 46

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".