El Audi A5 color plata viajaba a toda velocidad esquivando por centímetros los otros autos como en una carrera de Le Mans, mientras yo luchaba humildemente con mi coche compacto para no perderla de vista. O jamás la volveré a ver. Aún escucho el eco de sus primeras palabras:
—¿Qué necesitas?
—Laaa…
—¿La qué?
—La llave…
—¿La llave de birlos?
Apenas estoy asintiendo cuando se encamina a la cajuela de su auto, saca una llave de cruz y regresa para dármela.
—¿La sabes usar?
Apenas voy a asentir cuando se encamina a mi coche, analiza la situación y me dice en tono de regaño:
—Nunca habías hecho esto ¿verdad?
—Sí, claro pero-
—Primero se aflojan los birlos y luego se levanta el coche para quitar la llanta.
—Es que-
Decidida maneja con destreza el gato y baja el coche, me entrega la llave de cruz.
—Afloja los birlos, levantas el coche y cambias la llanta. ¿Sí puedes?
Asiento.
—¡Pues órale!
Aflojo los birlos de la llanta, levanto el coche, termino de quitar los birlos y cambio la llanta. Pongo los birlos, bajo la llanta y los aprieto. Todo esto bajo su estricta vigilancia.
El tapón de plástico lo pongo después.
—Ya quedó —le digo entregándole su llave—. Muchísimas gracias.
Ella me mira con una leve sonrisa, alzando la ceja y apretando un poco el labio, como analizándome. Va a decirme algo cuando pasa una camioneta mentándonos la madre.
—¡Vete a la verga, pendejo! —le grita.
La camioneta se detiene y, por la ventanilla del copiloto, se asoma un gordo barbón, quien le dice burlonamente:
—Sólo porque eres vieja no te doy unos madrazos.
—¡Bájate e inténtalo, pendejo! —ella le contesta.
El gordo se molesta, le dice algo al conductor (quien no se alcanza a ver) y vuelve a mirarnos sólo para decirle:
—Pinche puta.
Ella, sin pensarlo, les avienta con todas sus fuerzas la llave de cruz que viaja como una estrella…
Una poesía en el aire formó un brillante sol a través de la oscuridad iluminada por los faros del viaducto en constante movimiento y alineaciones visuales. El dispositivo metálico acabó estrellándose en el medallón trasero, clavado justo a la mitad del cristal.
Quedo impresionado, la volteo a ver y ella toma el pesado gato mecánico también para aventarlo.
Se baja el gordo y el conductor, un flaco pelón, ambos furiosos.
—Te vamos a romper la madre a ti —me dice el pelón— y luego a la perra de tu vieja.
Ella les avienta el gato que impacta en la parte trasera de la camioneta, abollándola aparatosamente. Esto ya se salió de control y el gordo se va contra ella, yo intento defenderla pero el pelón me da un fuerte golpe en la quijada que me derriba y, además, me pego en la frente contra el pavimento. Lo miro desde el suelo y me da una patada en el estómago, va a darme otra cuando lo distrae el grito de su amigo el gordo y, cuando vuelve a voltear a verme, aprovecho para pegarle, también con todas mis fuerzas, en la cara con el tapón de la llanta. Lo derribo, me pongo de pie para ver cómo está ella y, nuevamente, quedo sorprendido. Ella tiene dominado al gordo tomándole, contra-físicamente, del antebrazo por la espalda y sometiéndolo de rodillas.
—Si sigues haciendo fuerza —le advierte—, tú solito te vas a romper el brazo.
—¡Ya, ya, ya, déjame, por favor, ya, ya, ya!
El pelón se recupera en el suelo, agita su cabeza e intenta levantarse.
—Dile a tu amigo que se suba a la camioneta y te suelto para que se vayan.
—¡Ya la oíste, güey! —dice el gordo y el pelón obedece, no sin antes echarme una amenazante mirada. Finalmente, ella lo suelta y, con todo el orgullo guardado en su silencio, el gordo barbón se retira a la camioneta doliéndose notoriamente del brazo y, luego de subirse, arrancan tras unos momentos de tensión.
—¿Quieres una cerveza? —me dice sonriente rompiendo de tajo el anterior ambiente.
Yo sigo estupefacto por lo sucedido y ella vuelve a preguntarme:
—¿Eres músico?
—¡Cómo hiciste eso!
—¿Quieres una cerveza sí o no?
Un camión pasa y nos mienta la madre.
—¡La tuya, pendejo! —ella le contesta.
—Sí, sí, vamos por una chela (pero ya vámonos).
El camionero se asoma y yo con la mano le muestro las señal de amor y paz, éste me devuelve el gesto haciéndome pito con el dedo, aunque afortunadamente sigue su camino.
—¡Me sigues! —me dice antes de subir a su auto color plata.
—¿Adónde?
—¡Tú sígueme!
Enciende su potente motor, acelera varias veces y arranca velozmente mientras yo me golpeo horrible en la rodilla izquierda al subirme a mi coche para poder alcanzarla.
Continúa 75

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".