Ser y Devenir 84

El viaje de Gerona

 

El sol apareció por el Este detrás del Cerro del Quemado, el peyote aún se mantenía en lo alto del universo recorriendo nuestras líneas de comunicación entre la conciencia sensible y un nuevo pensamiento a partir de la autoconciencia y el autoconocimiento. Ambos estábamos en silencio, la sangre del cosmos circulaba y sólo la naturaleza hablaba.

Es el mediodía, un águila vuela y desciende buscando alguna presa, un ratón se asoma para morder un diminuto matorral de yerba y una lagartija come el fruto rojo de un extraño cactus blanco. Una libélula se posa sobre una gigantesca biznaga con espinas amarillas, un correcaminos pasa a la distancia y una araña color violeta no deja de dar vueltas al resto humeante de la fogata. Todo está unido mediante vínculos invisibles pero sensibles, incontrolables pero aprehensibles, inexplicables pero con un profundo significado para el alma, la que nunca vuelve a ser la misma posterior a los dos viajes dialécticos (físico y metafísico) hacia el absoluto. Es tiempo de irnos.

El silencio al despedirnos, cada uno a su manera, del desierto. El silencio al recoger el campamento, el silencio en suspiros mentales y el silencio en toda nuestra caminata de regreso. Doblemente difícil el ascenso, el sol quemando las veredas y las piedras desequilibrando el paso. El silencio lingüístico, el silencio racional, el silencio occidental. Hasta que llegamos al auto.

Me pidió que yo manejara, desde el principio se puso a mirar por la ventanilla y nuevamente nos hundimos en el silencio mientras nos alejábamos del desierto. Aún sentíamos con profundidad su efecto, su proceso y su mítica síntesis. Ni siquiera recordamos volver a Real de Catorce por la pintura “El demonio amarillo” (su regalo y pretexto original del viaje) y nos seguimos de largo.

La luz de la tarde ilumina como nunca la carretera, las montañas y las nubes en el cielo aún formando nuestros ideales, pero en diferente sentido, en diferente nivel del pensamiento. La luz de la tarde ilumina todo, todo lo hermoso, lo más hermoso.

Ella dormía y yo la veía. Ella despertaba, me veía y yo simulaba no darme cuenta. Ella volvía a dormir y yo volvía a verla.

Todo en silencio.

Sólo nos detuvimos dos veces, por gasolina y agua en San Luis Potosí y por cigarros y café en el Arco Norte; y el silencio continuó hasta los maizales de Morelos. Llegamos de madrugada y mi auto ya no estaba. La verdad, no me importó.

Gerona se disculpó, le aclaré que ella no tenía nada qué ver pero casi me obligó a reconocer su responsabilidad por convencerme de haberlo dejado ahí. Me pidió el número de placas e hizo un par de llamadas, en la primera dio órdenes y en la segunda discutió con diferentes personas; luego de explicarme que no me preocupara, que alguien llevaría el coche a mi casa, me llevó hasta ésta. Quise aclarar mis dudas sobre dicha situación pero, antes de poder concluir cualquier formulación, categóricamente repitió:

—Ya te dije que no te preocupes.

—Pero…

—¿Confías en mí?

Asentí.

—Entonces no te preocupes.

Y nuevamente el silencio en el trayecto, sólo dando indicaciones breves para llegar; nos estacionamos y, luego de un par de minutos mirando a la nada, rompí el silencio queriendo conversar.

Ella niega levemente con su cabeza, cierra los ojos y aprieta notoriamente el volante. Segundos después se relaja, me voltea a ver y, con los ojos llorosos, me dice:

—Después hablamos.

—¿Después?

—Aún tengo mucho que procesar.

—¿Qué vas a hacer mañana? —pregunto luego de una pausa.

—Voy a Cuernavaca.

—¿Y pasado mañana? —pregunto luego de otra pausa.

—Voy a estar varios días.

—¿Y la próxima semana?

—Me voy a Holanda.

¡Qué!

—¿Y cuándo vamos a hablar? —insisto con la voz quebrada.

—Cuando regrese.

—¿Cuánto tiempo te vas? —intento ocultar mi tristeza.

—No lo sé, puede ser desde un mes o hasta un año.

Ella nota mi desaliento con sus hermosos ojos moros, toca suavemente mi rostro y me besa en la mejilla.

—Adiós —dice dándome un ligero abrazo.

Bajo la mirada, abro la puerta y desciendo del auto.

—Adiós —digo casi en silencio, la miro a los ojos por última vez y cierro la puerta.

Momentos después, el Audi arranca velozmente. Lo único que pasa por mi mente es que la voy a esperar por siempre. Por siempre.

 

Continúa 85

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".