Un verdadero ridículo resultó a nivel internacional la presentación de la firma automovilística Tesla de su todoterreno Cybertruck, que se supone tiene blindaje en carrocería y cristales, pues durante la demostración le lanzaron una bola de acero que estrelló los cristales. Esto provocó reacciones inmediatas del público asistente y la sorpresa e incredulidad de los ejecutivos de Tesla.
El lobo de la tecnología de la electricidad y la electrónica, como le llaman a Tesla, causa serias dudas sobre los alcances y límites de la tecnología, no en materia de diseño de automóviles, sino en la parafernalia de un mundo que admite en los avances precisamente eso: avances, cuyas cualidades parecen mejorar la vida humana.
La tecnología no puede ser vista como la panacea de los problemas sociales, en los hechos desata fuerzas que no siempre están previstas, como el aislacionismo que provoca el teléfono celular, el desarrollo de armas nucleares y convencionales, el desarrollo de vacunas bajo control de mercado al que sólo acceden unos cuantos, la multiplicidad de heridas sociales que provocan internet y las redes sociales, el manejo de la información, en fin, cientos de condiciones oscuras.
Si a esto le sumamos el control social que pretenden ejercer gobiernos y empresas, nos encontramos en un laberinto brutal donde pueden ser plagiadas casi todas nuestras condiciones humanas: rostro, identidad, cuentas bancarias, inclinaciones de mercado, ideas, palabras, es decir, prácticamente supeditar nuestras vidas a los intereses de los grupúsculos de poder.
Es evidente que miles de tropelías habrán de ser efectuadas a través del uso de la tecnología, por lo que la sociedad ciberdirigida está en marcha, lo único que falta es el enfrentamiento que tarde o temprano habrá de presentarse en el planeta, pero antes de ello, el neoesclavismo cibernético habrá de crear nuevas heridas sociales, enfrentando a hombre y gobiernos, razas y credos, países y grupos étnicos, así será.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.