Ha transcurrido la Semana Santa y con el pesar cristiano del fallecimiento del Papa Francisco se ha dado cauce a la reconfiguración de la Iglesia Católica, en el inicio de un nuevo pontificado que tendrá que encauzar a un mundo donde las confrontaciones económicas de capitalismo amenazan la paz internacional.
El gobernador Julio Menchaca a través de un sentido pronunciamiento “el mundo pierde a un hombre de paz”, refiriéndose al deceso del Papa Francisco, en una era donde los mesianismos políticos han dejado su lugar a la lucha social en México, perfila el reencuentro con la fe que es parte de la cultura religiosa en la nación.
Sin embargo, desde la crudeza del análisis político, la actuación de diferentes sacerdotes como actores sociales de influencia no sólo religiosa, sino también política, han dejado sentir su peso en los procesos electorales como el del pasado 2 de junio de 2024, donde invitaban a votar por la derecha. Quizá el momento era propicio, porque ni con la llegada de un Mesías, la casta del antiguo régimen podría haberse encumbrado en el poder.
La ocasión la pintan calva
Han transcurrido los primeros seis meses del ascenso de la presidenta Claudia Sheinbaum y, en Hidalgo, la derecha se mantiene inocua frente a los sucesos políticos de un gobierno de alternancia, que ha creado vínculos de proximidad ciudadana bajo el modelo de “humanismo mexicano”, que pretende desterrar la añeja elitización sociopolítica del sistema político de la nación.
Retrotraer la historia contemporánea de Hidalgo invita a la revisión de esa elitización sociopolítica que erigió a un núcleo íntimamente cerrado de una pequeña casta que se heredaba el poder desde el PRI y que creó un bastión político desde las lógicas operativas del caciquismo. En este trazo, la retórica y conducta de los líderes que transitaron por el PRI sigue guardando el añejo esquema de cooptación política que ya no cabe en la realidad y transformación del aparato de Estado en el país.
El anquilosamiento político
Fue en la presidencia de Don Lázaro Cárdenas donde la figura del presidente de la República construyó un arquetipo mesiánico. El presidente se convirtió en una figura de pontificado político sexenal, donde el PRI institucionalizaba la dominación política del pueblo. En este plano cuasi divino, más de siete décadas se consagró una élite en el poder que, a su vez, creó liturgias políticas de concentración del poder, como la concebida frase de Don Fidel Velázquez, líder eterno de la CTM, “el que se mueve no sale en la foto”.
Pero, los mesías de la derecha se han extinguido y han dejado su lugar a figuras, cuyos vacíos de poder, llevaron a la debacle no sólo al PRI y al PAN, sino, también, al PRD.
Si revisamos las retóricas de la bancada del PRI en el Congreso local no existen cambios sustantivos en la forma de hacer política del vetusto partido de Don Plutarco y, lo que es peor, la involución política la tiene postrada en la prehistoria política. En este trazo, la retórica a la que apela Marco Mendoza, líder del PRI Hidalgo, que no se cansa de enunciar que los gobiernos del PRI crearon el “México Institucional y de instituciones”, tratando de advertir adjetivos ocultos como modernidad, constitucionalismo, civilidad e, inclusive, democracia y patria, quedaron rebasados frente a un partido que no abanderó, tras estos adjetivos, a ese pueblo que por medio de las urnas lo depuso del poder.
Quizá la derecha espera al Mesías. Sólo parece olvidar que la talla y figura política de Lázaro Cárdenas estaba mucho más cercana al pueblo que la radiografía de esa casta política que se enquistó en el poder, se alejó del pueblo y dejó de ser un interlocutor válido de la sociedad.
