La tesis del macho alfa del PRI

La tesis del macho alfa del PRI implica que dominar la manada se hace de manera vertical y no necesita aliados, pero después de la derrota de la alianza del PRIAN-PRD, en Hidalgo, el tricolor no sólo perdió su bastión partidista, sino, también, su capacidad de operación política.

La domesticación de las emociones es la primera condición que requiere la clase política para erigirse en adversario de peso. En el PRI, las liturgias y protocolos del antiguo régimen no eran aleatorios, se habían construido por los códigos de la concentración del poder y en ellos se basaba un péndulo restringido de grupos que se encontraban en constante disputa.

 

La añeja frase de Don Fidel Velázquez el que se mueve no sale en la foto, era la radiografía de que el sigilo político fue la clave que permitía operar tras bambalinas en el PRI, y que la adhesión a los grupos en contienda por el poder se asestaba en la secrecía de ese poder.

 

Es en este trazo, las infidencias del PRI Hidalgo y la bancada de la derecha en el Congreso local han develado el final de la tesis del macho alfa.

 

El predominio del macho alfa implica que dominar la manada se hace de manera vertical, jamás con escarceos o infidencias. El macho alfa domina la escena, no necesita aliados porque sabe que su fuerza le permite concentrar el poder y que las alianzas suelen debilitar y entorpecer el mismo. Cuando se requiere a una alianza, esto es porque no se tiene el control del poder.

 

Cuando el macho alfa perdió el control de la manada

 

Después de la fallida intentona de la alianza PRIAN+PRD para reposicionarse en el control del Estado el fatídico 2 de junio de 2024, los reclamos de base fueron estrepitosos para la cúpula de los partidos de la derecha, pero, en realidad, la verdadera razón de la fisura de su alianza provino de los sectores de élite que, en un claro enfado y exabrupto, golpearon a sus partidos representantes y los condenaron a su recomposición, esperando que marcaran nuevas estrategias de empoderamiento político.

 

Sin embargo, después del desastre del 2 de junio para la derecha, las realizaciones de las reformas morenistas marcaron un nuevo vacío de poder y con la pérdida del monopolio del Poder Judicial se estrecharon los fundamentos de maniobra política en las fuerzas del antiguo régimen.

 

En Hidalgo, el PRI no sólo había perdido su bastión partidista con el gobierno de Julio Menchaca, sino también su capacidad de operación política; en los hechos, su erosión en el control de su operatividad política era el quiste que le había llevado a la derrota. Era evidente que las estructuras de operación política del PRI habían dejado de tener las prebendas y privilegios que garantizaban su lealtad sistémica y, a contracorriente, la izquierda obradorista había leído que en la operación política regional se encontraba el sesgo que requería para demoler al PRI en Hidalgo (las horas estaban contadas).

 

El antídoto político

 

La proximidad de López Obrador con el exgobernador Omar Fayad permite hacer la lectura de la operación política que derribó al macho alfa.

 

Cualquiera que haya entendido, como Morlino, que un partido es una fuerza que está hecha para detentar el poder del Estado, sabe que su poder orgánico debe articularse desde la tesis del macho alfa y, en ocasiones, maquillar los procesos políticos a su conveniencia; cuestión que, en algún momento de la historia del PRI, se hizo de manera magistral, pero que al correr de los años y, con la miopía de que los tiempos políticos y sociales no son inmutables, la derrota estaba en puerta.

 

La extinción del macho alfa

 

La alianza del PRIAN+PRD fuera de erigirse en una condición política monolítica, se convirtió en el cisma del “agua y el aceite” que hizo ver tan malo al pinto como al colorado. A la inversa, en el caso de Morena, sus alianzas se construyeron en la adhesión del gigante con el enano, por lo que el éxito estaba garantizado.

 

La tesis del macho alfa ya no rige en el PRI.


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