Ser y Devenir 35

Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados sin tratar de abrirlos jamás
Descartes

 

Uno era blanco con café y el otro negro, ambos chillaban enternecedoramente cuando los cargué. Eran pequeños y peludos, el blanco chupaba la manga de la bata y el negro mordía su pata. ¿Tienen hambre? Por supuesto, pendejo. ¿Quién habla? Los cachorros me observan mientras el silencio me contesta.

Descartes quiere llegar a una verdad indubitable, pero ¿puede dudarse de todo?

Miro la pistola y podría venderla, algo en mi interior pide no deshacerme de ella. ¿Y qué vamos a comer? El cachorro negro ladra dirigiéndose hacia un bulto, miro al blanco y bosteza. Tú tienes más sueño que hambre. Lo acaricio y se queda dormido. El otro muerde una bolsa de basura. Miro al cachorro en mis brazos y duerme plácidamente mientras el otro se está dando un festín. ¿Qué mierda estás comiendo? Me voltea a ver y se lame los bigotes, regresa y se acurruca entre nosotros, con una potencia en su estar y un sueño de saciedad incomprensible para nosotros. Tendremos que esperar más tiempo para salir, ya después comeremos. Los tres dormimos hasta el amanecer y despertamos con la luz del sol calentando la hierba a nuestro alrededor.

Hay razones para dudar, por supuesto, el escepticismo como el movimiento que refleja el espíritu de la modernidad. Descartes propone actuar como los escépticos, pero de manera correcta en sentido lógico. El escepticismo no se compromete con una réplica de una creencia sino sólo con que no hay ninguna creencia absoluta, i.e., todo es relativo. ¿Todo? Descartes se propone ser más radical que los escépticos. ¿Por qué tenemos razones para dudar? Efectivamente, los sentidos muchas veces nos engañan. Por ejemplo, los objetos en el agua que “aparentemente” se tuercen; el oasis en el desierto, donde “aparentemente” hay agua; la analogía del sueño y sus semejanzas y diferencias con la vigilia. Cuando uno está soñando uno no se pregunta por qué suceden las cosas, por más extrañas y absurdas que parezcan, porque para el que sueña dicho momento es la realidad. Es hasta que uno despierta cuando la reflexión de la vigilia pone de cabeza la “realidad” del sueño. Hay quienes afirman que cuando sueñan saben que están soñando, pero yo no me refiero a esos seres “superdotados” o al conjunto de experiencias entre la vigilia y el sueño, sino sólo y cuando el contenido del sueño ocupa toda nuestra conciencia intencional, es decir, cuando no sabemos que estamos soñando. En los sueños podemos estar en el trabajo y luego en un barco para posteriormente estar platicando con un pariente fallecido, y no es hasta que despertamos cuando notamos la falta de sentido en la secuencia de acciones, en la presencia de ciertos sujetos y en los lugares “experimentados”; empero, al momento de soñar no se nos hace nada raro, al contrario, asumimos la situación como la realidad misma, sin cuestionarla, sino más bien tratando de sobrevivir a ésta.

Me asomo a la calle y, a la distancia, vislumbro que la calle Francisco I. Madero está atiborrada de campesinos. Meto a los cachorros en las dos bolsas laterales de la bata y me dirijo, a paso rápido, hacia el plantón que rodea las oficinas de la confederación agrícola del Partido Revolucionario Institucional. La gente en movimiento protege mi identidad y el estruendo de colores, olores y sonidos ocultan nuestra huida hasta calzada de Tlalpan.

¿Cómo sabemos que ahora, en este instante, no estamos soñando? ¿Cómo puedes tener la certeza de que esto que estás leyendo no es sólo un sueño? ¿Cómo puedes soñar despierto?

Un hombre sucio y en extremo barrigón lleva un costal con olor a carne a la cajuela de un auto viejo. Los cachorros se alocan con sus diminutos ladridos y nos ocultamos detrás de un anuncio en la parada del camión, el hombre deja la cajuela abierta y se retira, al parecer, por más mercancía. Desaparece de mi vista, me acerco a la cajuela y me asomo; abro el costal con una mano y descubro una gran cantidad de restos de carne al pastor.

—¡Qué haces en mi coche, hijo de la chingada!

Agarro lo que puedo con las dos manos y, echándome a correr, vierto la carne sobre los cachorros en las dos bolsas laterales. Siento en los dedos sus lengüetazos. Doy vuelta en un callejón aún escuchando las amenazas. Al final de la calle hay una reja que deslinda un descuidado parque y entro en pánico, busco un recoveco y logro pasar arrastrándome boca arriba. Me pongo en pie y reviso a los cachorros. Están comiendo. Nos refugiamos hasta el otro extremo, bajo varios piracantos que nos ocultan de los paseantes.

¿Cómo sabes que esto no es un sueño? ¿Una ilusión provocada por ciertos estímulos al cerebro? ¿Una apariencia creada por un genio maligno?

Los cachorros duermen plácidamente a mi lado después de haber comido. Me dejaron lo suficiente para aguantar hasta el día siguiente. Pero no tengo hambre, aún tengo el estómago cerrado.

¿Qué es la realidad? Me quedo pensando mientras reviso la pistola y noto que el cachorro negro me está mirando. ¿Cómo estás? Siento algunos temblores del cachorro blanco sobre mi brazo. Lo acaricio y gime un poco. Suspiro hondo mientras el cachorro negro me sigue observando. ¿Estás bien? Ladra. Yo también.

 

Continúa 36

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".