Ser y Devenir 86

¿La conciencia determina la materia? ¿Y el amor? ¿O la materia determina la conciencia? ¿Y cómo se caracteriza el amor entre éstas? ¿Qué sientes? La sensibilidad implica realidad. ¿Qué es lo que sientes? Es indecible. ¿Cómo te sientes? Entre dos fuerzas antagónicas. ¿Cómo estás? Perdiendo el control. ¿Qué significa? Perder la razón, determinarse por la emoción y, en el extremo, estar sometido por la pasión. ¿Quién toma mis decisiones? En teoría, el ser; sin embargo, no siempre soy yo, a veces alguien más toma el control. El devenir. Esa es la pregunta. ¿El amor es ser o devenir?

—Ya despierta, poeta —me dice uno de los policías.

La burócrata terminó de cenar y, aún limpiándose la comida de la boca, comienza a interrogarme sobre mi detención, estado físico y, sorpresivamente, si traía dinero para la fianza.

—¿Puedo pagar fianza?

—Sí, mil setecientos. ¿Los traes?

No traía dinero porque los federales me devolvieron mi cartera vacía, pero eso alegremente no importaba; un peso de angustia se disolvió en mi mente al saber que no tenía cargos penales o averiguación previa. Pensaba que de ahí me llevarían a un reclusorio para el inicio de un complicado proceso pero, en vez de ello, tan sólo necesitaba mil setecientos para liberarme de lo que pudo haber sido ser un descomunal problema judicial.

—¿Aquí no hay un cajero?

Ella niega con sonrisa burlona, pone un sello y me entrega el papel que sentencia mi falta administrativa. Nada sobre el choque y, en cambio, una mentira, e.g., el reporte decía que me había puesto violento en mi detención. Falso, después del contronaso (e intento de huida) no opuse ningún tipo de resistencia; pero mejor eso que cualquiera de las implicaciones reales. ¿Por qué los federales desistieron de mi responsabilidad? He especulado mucho al respecto y, tal vez, éste tenía algún problema que superaba el agravio de mi colisión. Sólo se cobró con ochocientos pesos, mi teléfono y la pasajera marca de un golpe en mi pómulo izquierdo.

—Me caes bien, carnal —me dice uno de los policías cuando entro a la parte trasera de la patrulla.

—Estás bien pinche orate —dice el otro y ambos me llevan a El Torito.

En un gran bodegón me indicaron que me quitara cartera, agujetas (no traía) y cinturón; mis llaves, monedas y una latita con yerba hidropónica. Todo lo metieron en una bolsa que sellaron con cinta canela poniéndole un rótulo con mi nombre. Me llevaron por un largo pasillo, que termina en un patio, y pasé a la oficina del vigilante en turno para escribir y dejar mi firma en su cuaderno de control.

—Pásale —me dice señalando las dos entradas a la zona de celdas. Me recordó al reformatorio, aunque sinceramente este lugar es una pocilga en comparación al sistema penitenciario en el que estuve hace muchos años.

—¿Dónde?

—Pues donde encuentres lugar.

Todas las celdas tienen cuatro camas, excepto la primera, la celda de castigo; pequeña y para un individuo. Me metí, cerré la reja y, acostado boca arriba, me cubrí el rostro con mi gabardina. De inmediato me dormí.

Soñé con el rancho de mi abuelo.

A las 6 de la mañana despertaron a todos los detenidos, excepto a mí; sin moverme tan sólo escuchaba cómo varios policías ordenaban a un grupo grande formarse en medio del patio. Abundaban las quejas sobre el frío y los constantes regaños por parte de los vigilantes. A las 7, luego de haber estado de pie una hora en el patio, escuché que los trasladaban al comedor para recibir el desayuno.

A las 7:30 nuevamente de regreso al patio para un descanso de media hora. A las 8 los vuelven a formar una hora y, a las 9…

—¿Y éste que hace aquí? —pregunta uno refiriéndose a mí.

—Es que él es rudo —contesta otro.

—Pues ya que se pare.

Levanté la cabeza, me bajé de un brinco de la cama y salí al patio flanqueado por cuatro policías mientras un centenar de reos me miraban intrigados. Me disponía a formarme hasta atrás pero me ordenaron pararme al frente, minutos después nos pasaron a un salón donde una señora de bata blanca batallaba con una video-casetera para ponernos un documental sobre adicciones.

—¿Tú por qué estás aquí, carnal? —me pregunta un chavo con cara de bagre.

—Tuve un altercado con la policía.

—¿Por eso te tenían en la chimenea?

—¿Chimenea?

—La celda de castigo.

—Yo creo —dije para evitar el tema.

—¿Eres jefe? —pregunta luego de mirarme de pies a cabeza.

—¿Jefe?

—No, no eres jefe —dice luego de una pausa—. Pareces jefe pero no eres jefe.

—¿Jefe de qué?

—Chido, carnal —se despide y se va a otro grupo a seguir platicando, luego de un rato se une a otro grupo y luego a otro. Es el típico sociable con todos pero amigo de nadie.

Comienza la película moralista, algunos ríen y se burlan pero la señora los regaña con eficaces amenazas de aumento de horas en su detención. Luego se dirige hacia mí:

—Tú ven conmigo —me dice, la sigo al patio y entramos a un salón que funciona como biblioteca—. Necesito que me ayudes a acomodar los libros bibliográficamente. Sí sabes ¿verdad?

Asiento, me invita a sentarme y pone una pila de libros frente a mí. Hasta arriba queda La metamorfosis de Kafka… Una señal del universo, la diferencia es que yo sí sobreviviré al aplastante sistema.

—¿Serner? —pregunta un policía que se asoma por la puerta.

—Soy yo.

—Ya puedes irte, pagaron tu multa.

—¿Quién?

—¿No le llamaste a nadie?

Niego con la cabeza.

—Pues alguien vino por ti.

Firmé nuevamente en el cuaderno de control, regresé por el largo pasillo y me entregaron la bolsa sellada con mis pertenencias. Entregué el papel de ingreso y salí a otro patio, me dirigí a un enorme zaguán blanco y un policía exageradamente pequeño me abrió la puerta. De hecho creo que era enano, o algo así.

—¡Cuídate, güero! —me dice amablemente con un tono de voz infantil.

Asentí con la cabeza agradeciendo su genuina expresión, di un paso a la calle y, casi de manera absoluta, el sol me deslumbró.

La materia determina la conciencia.

 

Continúa 87

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".