Ser y Devenir 100

Treinta años después.

La autopista del Arco Norte. Velocidad. La perspectiva de los cerros, montañas y llanos. La velocidad en aumento. En el radio pasan una canción ranchera, cambio la estación y el sol de la tarde ha calentado el tablero; pero no hay nada bueno, lo apago y quedo en dicho silencio. Una prolongada recta. Sólo el ruido externo del camino, la lámina cortando el viento y el motor acelerando en breves espacios de arriba-abajo, de abajo-arriba. Mis pensamientos recordando, siempre recordando, intentando con ello superarlo. Algunos minutos conduciendo en dicho estado hasta que, de manera sorpresiva y terriblemente violenta, un gran objeto rojo se estrella en el parabrisas.

Regreso al rancho:

—¿La moral está sujeta a la dialéctica hegeliana? —le pregunto a mi hermano luego de encontrarlo y, secretamente, darle morada en mi habitación del tapanco. Quise saber sobre su vida, lo que había vivido y experimentado en los siete años que estuvimos separados, pero me pidió comprendiera su intempestiva llegada y que, poco a poco, me lo compartiría. Hablemos entonces de filosofía.

—¡Por supuesto!

—¿Y cuándo se detiene?

—¡Nunca se detiene!

—¿Y el Espíritu Absoluto?

—También tendrá su negación.

—¿La suma de las contradicciones como contradicción? ¿Qué puede contradecir el Absoluto?

—Otro concepto de Absoluto, más claramente uno que contenga al anterior.

—¿Como teoría de conjuntos?

—Algo así.

—Pero…

—La historia del Geist es a lo mucho el primer capítulo, ¿o de veras le creíste que con su filosofía terminaba todo?

—No exactamente. Quizá sólo como el final, y únicamente, de la metafísica. La libertad como apoteosis.

—¿La libertad? —y se echa a reír.

—Cuando los intereses del Estado coinciden con los intereses del individuo.

—¿De qué individuo estás hablando?

—Eso no importa.

—¡Claro que importa! A menos que creas que todos los individuos tienen las mismas condiciones materiales de vida. ¿Eso crees?

—Por supuesto que no.

—Entonces cómo crees que los intereses del Estado pueden coincidir con los intereses de todos los individuos que viven en su territorio, y si lo hacen sólo sería con aquellos que crean las leyes de acuerdo a su conveniencia de clase dominante o, bien, de un individuo tan abstracto como todo el idealismo soñador del señor Hegel.

—¿Y la dialéctica de la libertad? La historia de la humanidad nos muestra su lucha, desarrollo y progreso. ¡La autoconciencia del Espíritu!

—Tú sólo quieres justificar el status quo con el Geist, concepto de un sistema que por más profundo que parezca es tanto sólo una más de todo el cúmulo de interpretaciones filosóficas sobre el mundo a lo largo de la historia, pero sólo es una estructura mental que está determinada por algo más básico, más esencial y fundante que son las relaciones de producción.

—¿La economía?

—La infraestructura económica.

¡Verga!

—Así que —continúa diciendo— comienza tirando esto al basurero de la historia de la lucha social —y avienta mi ejemplar de La fenomenología del espíritu por la ventana que, extrañamente, está abierta a mitad de la noche.

—¿Lucha social?

—¿O acaso piensas ser un burgués toda tu vida?

No supe qué contestar y me asomé por la ventana para aún ver el libro iluminado por las farolas mientras flotaba en el río, alejándose lentamente y dando tumbos con algunas piedras y cayendo, finalmente, por la corriente de una cascada que, entre muchos destinos, llega hasta la presa del Tejocotal.

—Toma —y me entrega el primer tomo de El Capital que saca de su costal—. Me tengo que ir, el abuelo no debe verme y, ya sabes, no debes decirle nada de mí. Recuerda que soy un prófugo.

—¿Dónde te estás quedando?

—¡Adiós! —dice por ultimo y cierra la puerta, escucho sus pasos bajar por las escaleras y me asomo por la ventana para descubrir la dirección que toma, pero no lo veo por ningún lado. También salgo, bajo las escaleras y, al llegar al patio, me encuentro súbitamente con Elisa.

—¿No viste a nadie salir?

—¿Estabas con alguien?

—¡Sí!

—¿Con quién? —me pregunta algo molesta.

—Te voy a decir —le contesto luego de una pausa en que la miro nervioso, ella me mira más molesta y ambos nos miramos inquietos—, pero júrame que no le vas a decir a nadie. ¿Me lo prometes?

Ella sólo asiente.

—Es mi hermano, escapó del reformatorio y se está ocultando en una cabaña en El Torreón (una alejada y longeva huerta de altos y frondosos perales).

No supe por qué dije esto último y Elisa tampoco supo qué decirme, me observó varias veces y, luego de darme un intenso abrazo, se retiró disculpándose por irse a trabajar. Creo que iba llorando.

—¿Lo leíste? —me pregunta mi hermano a la noche siguiente.

—En eso estoy.

Volvimos a debatir sobre el giro materialista de la dialéctica hegeliana y la filosofía como método para transformar el mundo, pero otra vez no me atreví a contradecirlo, no podía, evidentemente sabe más que yo, además de que sigue invariablemente invicto en su razón discursiva y, como siempre, intensamente persuasivo. Ojalá lo conocieran.

—Efectivamente —me explica—, Marx toma el concepto de alienación de Hegel, pero a diferencia de los hegelianos de izquierda que ubican el problema de la alienación en la religión (sin religión no hay alienación), y aunque reconocen que, ciertamente, es importante criticarla, dicha crítica no es lo fundamental. La verdadera alienación de la realidad es el dinero y es lo que auténticamente cosifica al trabajador. Por ejemplo, al hacer una mesa éste ve como algo ajeno el producto de un trabajo que sólo es posible con su conocimiento, arte y destreza. Ve como ajeno algo que le pertenece.

Una explosión ontológica acaeció en mi mente-cuerpo.

¡Crash!

El objeto rojo que estrelló el parabrisas del auto era el cofre que, al no quedar bien cerrado por la abolladura del choque contra el policía federal semanas antes, se abrió a más de 120 km/h doblándose enteramente y cubriendo mi visibilidad por completo. El susto fue tremendo en los primeros segundos y creí haber muerto, la repentina oscuridad en el interior me nubló un instante pero de inmediato vino mi reacción dejando de pisar el acelerador, guiarme por los espejos laterales y el retrovisor para orillarme. Finalmente me detuve, segundos después pasaron algunos autos a toda velocidad y aspiré hondo, pensando en lo que pudo haber pasado, antes de bajar del auto.

En la curva me hubiese matado.

 

Continúa 101

 

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".