Ser y Devenir 147

Cuando tu corazón deja de latir tu cerebro sigue funcionando. No sé por cuánto tiempo ni si el tiempo es igual que el resto, pero sigues escuchando.

¡Serner!

Morirse con las botas puestas.

¡¡Serner!!

Haciendo lo que uno es hasta el final.

¡¡¡Serner!!!

Filosofando.

Unos gruesos guantes sobre mi rostro congelado, me sacaron del refugio cóncavo y recostaron sobre una camilla a un lado; me pusieron una máscara de oxigeno, me cubrieron con una manta eléctrica y reanimaban sin éxito mi cuerpo con repetidas descargas.

¡Otra vez!

Podía ver todo, a pesar de tener los ojos cerrados, podía escucharlo todo, incluso a la distancia; podía oler el bosque, saborear el final sintiendo por completo el espíritu del universo.

¡¡Otra!!

Una blancura total bajo los colores rojo, naranja y verde; de la cruz de la ambulancia, de los chalecos de la policía y los árboles a la distancia respectivamente.

—¡¡¡Otra descarga!!!

Escuchaba hasta el sonido del agua en diminutas olas alrededor del hielo en las orillas de Lake Tahoe, el viento descendiendo en invisibles navajas y, nítidamente, las voces de tres paramédicos, dos policías y un bombero.

Ya no, es suficiente.

Eres la oveja negra de la familia. ¿Por desobediente? El desertor del pueblo. ¿Hermano? Pero lo chido no es ser la oveja negra, pues aún desobedeciendo sigues siendo parte del rebaño. ¿Dónde estás? Lo chido es ser tú mismo. ¿Sigues en la guerrilla? El pez que se sale del cardumen no va a durar mucho estando solo, pero va a tener una experiencia que jamás tendrá uno de los peces del montón. ¿Ya no eres marxista? Los criterios varían porque las necesidades varían, los deseos y las interrogantes. ¿Necesidades, deseos, interrogantes? Tu cuerpo se está muriendo. No me importa. Adiós, hermano. No te vayas. Te estás extinguiendo y, lamentablemente, no puedo hacer nada al respecto. ¿Qué puedo hacer yo? Supérate a ti mismo. ¿Y el lobo?

Me subieron a la ambulancia. Sin signos vitales. Técnicamente muerto, empero, seguía escuchando. E involuntariamente filosofando.

Llegar al límite de lo que sientes. Hasta donde tus sensaciones griten. Hasta no poder más. Si no sientes algo, ya no lo hagas. No estás comprometido con nada más que contigo. No tienes que quedar bien con nadie más que contigo. Nada te obliga a hacer lo que no sientes moralmente. No puedes engañarte a ti mismo de lo que sientes. El verdadero criterio de moralidad es la sensación ontológica. ¿Qué es lo bueno? Lo que siento. Aunque sea dolor. Sentir el pensamiento. El instinto filosófico, el presentimiento lógico y la intuición del alma. Cuando haces algo malo lo sabes más por lo que sientes que éticamente.

La ética intenta hablar —me un Wittgenstein de mi edad— de lo que no se puede hablar.

Si se puede hablar —le replica Nietzsche—, pero no de manera “racional”.

La comprensión ontológica —les digo y se me quedan mirando como si no supiesen de lo que estoy hablando—. Cierto —aclaro—, aún no lo he explicado.

La nieve se fue perdiendo a través de los sonidos, la blancura fue sustituida por los colores clínicos y, durante todo el viaje, en la ambulancia continuaban con el intento de reanimar mi corazón congelado.

¿Y el lobo?

El camino de terracería estaba bloqueado por Benny Alpinahua, el indio washo velador del internado, acompañado por aquel hombre de cabello largo, abrigo negro y plumas en el sombrero que me había prestado el caballo pinto de su abuelo. La ambulancia se detuvo, los washo pidieron a los paramédicos tratarme y, éstos al negarse y reclamarles quitar a sus caballos para dejar libre el paso, solicitaron apoyo a los policías. Una discusión antecedió el permiso del oficial al cargo:

—Si ya está muerto —le dice Benny—, ¿cuál es el problema que nos deje intentar reanimarlo?

Go ahead! —responde el oficial después de una pausa y ante la sorpresa de su compañero, los paramédicos y el único bombero.

Pusieron una manta sobre la nieve a unos metros de la ambulancia, Benny comenzó a presionar reiteradamente mi pecho con fuerza mientras su primo me ahumaba con unas ramas con flores color naranja. Los paramédicos advertían en susurros que si el dispositivo electrónico no había funcionado mucho menos lo haría el tradicional método.

—Regresa, amigo —me exclama repetidamente Benny.

Se puso de pie, alzó los brazos rezando-mirando el cielo mientras su primo inició un tradicional canto washo. Algunas risas burlonas de algunos hombres blancos, la impaciencia del oficial y en el radio-comunicador una voz esperando una respuesta como explicación.

It’s enough! —ordena el oficial—. We got to-

Entonces lo interrumpió, como un poderoso trueno, el aullido del lobo. Los hombres blancos miraron sorprendidos a su alrededor, los caballos se pusieron nerviosos y, como si el aullido fuese parte del proceso, Benny golpeó con fuerza mi pecho con ambos puños bajo el humo de las flores.

De vuelta al cosmos, las galaxias y nuestro sistema solar. El mundo a la distancia y, dirigiéndome a éste a la velocidad de la luz, una implosión mística hizo que mi corazón volviera a latir. Levanté bruscamente mi rostro, exhalé con extrema profundidad y, sacando todo el aire de mi interior, me expresé como un canis lupus:

¡Aúúú!

Emitiendo un poderoso aullido.

¡Aúúú!

Continúa 148

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".