Año seis después de ella

“Hoy, como cada año, si lloro no lloro por ella, sino por lo agotador que ha sido vivir sin ella”.

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Por: Alma Santillán

Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.

Treinta grados marcaban los termómetros el día que ella se fue, en el cielo no había una sola nube y si alguien me pregunta, todo ese día yo no sentí frío ni calor, hambre o sueño, cansancio ni dolor. Simplemente yo no sentía nada y nadie me dijo para lo que debía estar preparada. Recuerdo cuadro a cuadro las horas previas, el desvelo y sus ojos cerrados; cierro los míos y puedo ver su mano entre las mías, haciendo nada más que sostenerla en silencio y por dentro temblando de miedo.

Sabía de la muerte porque la había visto a la distancia, había escuchado historias y leído otras tantas, pero nunca pensé que sería tan cautelosa y silenciosa como para no escucharla entrar por la puerta, sino hasta que ya estaba sentada al lado mío y la mano que tenía entre las mías en un instante ya estaba entre las suyas, y así, de manera tan natural y arbitraria, se llevaba a la persona que más me amó en el mundo. Aunque me quedé inmóvil, quise razonar con ella, hacerle entender que no tenía nada que hacer allí. De nada sirvieron mis palabras mortales cuando le dije fuera de aquí, busca a alguien más.

Todo después de eso sucedió en cámara lenta y fuera de foco, sólo recuerdo claramente lo que sentía y eso era: nada. El llanto, la ira, el desconsuelo, la incertidumbre, la angustia y el dolor llegaron después, cuando ya la vida me exigía retomar el ritmo del día a día y los pendientes mundanos me devoraban cuando lo único que yo quería era hacerme bolita y regresar al vientre del que salí y que ya no existía más.

Ni siquiera es que yo fuera tan joven cuando ella partió, pero por dentro era una niña asustada que durante años se vistió de latón para verse más dura y al primer aguacero la armadura se le desintegró, sin tener ya quien con todo su amor le ayudara a reunir los pedazos. Ese día de calor intenso y cielo raso, la muerte no me llevó a mí, pero se llevó una parte de mí que incluso ahora sigo intentando rehacer.

He hablado mucho de ese día y los siguientes, año con año repaso hechos, sentimientos y emociones, y aun después de tantas palabras no encuentro la manera de decirlo todo, de ponerle un punto final a la historia que me cambió la vida y no hablar ni escribir nunca más de eso. Regreso siempre a ese día porque es a partir del cual ahora me puedo explicar; dejé de escribir lo que escribía, dejé de extrañar lo que extrañaba, dejé de llorar por lo que lloraba… me cambiaron los ojos y el corazón.

Es el primer año en seis que este día de mayo no se siente un calor abrasador, que el cielo no es azul sino gris y el viento decidió correr discreto pero frío. Hoy, como cada año, si lloro no lloro por ella, sino por lo agotador que ha sido vivir sin ella, pero con todo y lágrimas me acuerdo de sonreír porque sé, muy adentro, que dondequiera que esté, está feliz cuando estoy feliz.

 

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Por: Alma Santillán

Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.


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SÓLO ESTOY VIENDO - Alma Santillán

Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.