Después de que Morena y Nueva Alianza han dejado huella de poder en Hidalgo, el trazo político a escudriñar no estriba en conocer qué fuerza política será la que saldrá victoriosa en la elección a la gubernatura en su transición transexenal del 2028, donde la izquierda ya comienza a planear su consolidación más allá de la 4T.
La lectura analítica de la transición a la gubernatura de Hidalgo en 2028 arroja un daño colateral que amenaza el juego político; en lo sustantivo se trata de que la derecha se ha reducido a su mínima expresión a nivel nacional y ello es un daño colateral al monopolio de los poderes públicos y la escena política nacional de Morena, lo cual produce un efecto de “poder hegemónico” que amenaza a las visiones que imperaron cuando la derecha del PRIAN era juez y parte.
Sin embargo, la legitimidad de la izquierda -que en todo momento parece obedecer al capital político y carismático de AMLO y Sheinbaum Pardo- apunta a que los partidos políticos y la clase política en México suelen sucumbir ante los liderazgos unipersonales, los cuales pueden revestir arquetipos mesiánicos como sucede con López Obrador.
Invariablemente, cuando en la escena política percibimos un arquetipo mesiánico donde el carisma de un personaje se torna en el salvador de la realidad social, ello implica que la crisis de representatividad de los partidos es un hecho indiscutible. Por ello, AMLO no fundó un partido, sino un movimiento político que pudiera actuar de manera polivalente y oscila bajo un discurso de un pueblo nacionalista, binomio pueblo más nacionalismo que tiene indiscutiblemente posicionada a la izquierda en el poder.
Al igual que lo que sucedió con el PRIAN en el antiguo régimen en Hidalgo, donde las plurinominales se crearon para legitimar la “competencia política”, hoy Morena no puede sustraerse a que el impacto aplastante de su fuerza política debe presentar legitimidad y credibilidad, por ello vemos que los programas sociales son, al mismo tiempo, programas de adhesión política y aprobación gubernamental, como la alcanzada por Julio Menchaca dentro de los primeros cinco gobernadores del país.
La derecha y sus élites jamás pensaron que serían las víctimas del daño colateral del ascenso de la izquierda, y una y otra vez minimizaron el poder que había alcanzado el arquetipo mesiánico de AMLO.
Los engarces hacia Morena del gobernador de Durango y Coahuila que han dejado solo a Alejandro Moreno emergen como el resabio de ese daño colateral que la derecha ha sufrido y que la tiene postrada. El análisis crítico de este daño colateral es que la derecha no aspira a nada en Hidalgo, se encuentra a la deriva y sin un liderazgo en torno al PRIAN, que ya no es retórica, acción o demagogia de pasillo, sino una estela gatopardista inconmensurable que sufre las inercias de lo perdido.
La elección que dará firmeza a Morena en Hidalgo en el 2028 se ha ganado tres años antes de que Julio Menchaca emerja como el primer gobernador de alternancia política y que ha operado desde las Rutas de la Transformación con la amplitud de un gobernador que no requiere del clientelismo político para asegurar su capital de gobierno. Porque los vectores de los programas del Bienestar son el activo directo del poder de Morena.
A punto de escribirse la consolidación de la transición política de Morena en Hidalgo, Julio Menchaca deberá contener las arenas políticas, la infiltración del PRIAN en su gobierno que ha perfilado el PRIMOR y dar solidez a su partido de cara a la sucesión transexenal del 2028.
