Educación a distancia, un salto al vacío

La educación es una de las dimensiones de nuestra vida que más se ha visto afectada por las restricciones de la cuarentena. Desde que se tomaron medidas para evitar el contagio, el foco de las quejas y las reflexiones se ha centrado en la nueva forma de “hacer escuela”.

Por un lado están los profesores de educación básica que tienen que lidiar con la incapacidad de los padres de familia para dar seguimiento a la formación de sus hijos y con la falsa creencia de que se puede seguir trabajando de la misma forma a la distancia, exigiendo cargas de trabajo que ni en la educación presencial podrían sobrellevar.

Pero todos estos problemas se hacen más graves cuando llegamos a la educación media superior y superior, etapa en la que, se supone, las nuevas generaciones de nativos digitales son expertas en las herramientas tecnológicas a su alrededor. Tristemente, los profesores del mundo han descubierto que los alumnos no dominan la tecnología, apenas dominan las redes sociales y eso no les sirve para mandar una tarea o un archivo que se precie de ser académico.

Las decepciones se acumulan porque los profesores también tienen que lidiar con sus propias limitaciones en el uso de la tecnología y de la capacidad de gestionar la apabullante cantidad de mensajes institucionales que reciben como bombardeos en la Segunda Guerra Mundial.

Porque a todo el reto de replantear un modo de educación en medio de una crisis mundial, hay que agregar la carga administrativa que cae sobre el profesorado, recibiendo boletines, quejas de padres de familia, mensajes de alumnos iracundos por no saber hacer una carpeta en Drive, coordinadores y jefes de área recordando que “la institución les está pagando” en domingo a las 11 de la noche…

Estos meses han surgido nuevas formas de persecución con el trabajo de los profesores, porque debajo de la vigilancia subyace una idea horrorosa: ¿cómo les vamos a pagar a los maestros si no vienen a trabajar? Y la pregunta podría aplicarse a decenas de otros trabajos que de pronto todo mundo tiene que “agradecer” por no vivir al día, como si el privilegio inundara a todos los trabajadores de la educación en el país.


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