El año pasado fue bastante trágico para los Diablos Rojos, pues fallecieron tres de sus ídolos: Armando El Agujita Sánchez, Baudel López y Miguelito Suárez; por si eso fuera poco, ya se registró una muerte más: la de Ramón Montoya, considerado por muchos como el Diablo más representativo de la institución, pues toda su carrera la jugó con los escarlatas.
Desde sus inicios, en 1962, el jardinero mostró que iba a ser un ídolo, pues tenía todas las herramientas: buen brazo, velocidad y bateo oportuno. Bateó .266 en 125 juegos conectando sus dos primeros jonrones e impulsando 62 carreras. El año siguiente llegó a la cifra mágica bateando .308 y solamente en dos de sus temporadas estuvo debajo.
Su mejor año fue 1968 al ser parte importante de uno de los cuatro campeonatos que consiguió con el equipo bateando .337 con 78 producciones y 10 cuadrangulares. Se retiró en 1976, año en que aquejado por las lesiones solamente participó en un juego, pero siete años después regresaría al diamante para conectar sus últimos tres imparables.
En total participó en 15 temporadas con los Diablos, con quienes jugó mil 498 encuentros en los que conectó mil 692 imparables y produjo 680 carreras con 44 cuadrangulares.
Lo recordamos saliendo del estadio en ambulancia después de haber hecho una atrapada espectacular en el jardín central y estrellarse contra la barda de cemento en el Parque del Seguro Social.
Como manejador no tuvo mucha suerte con los Charros de Jalisco y con los Langosteros de Cancún. A últimas fechas era instructor de la Academia Harp Helú, en la que trataba de inculcar a las nuevas generaciones el pundonor con el que siempre jugó.
Descanse en paz este Diablo que seguramente terminó en el cielo.
Por: Jorge Carrasco V.
Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Periodista activo desde 1981 en diversos medios. Especialista en temas internacionales, deportes y espectáculos. Autor de biografías sobre Pedro Infante y Joaquín Pardavé de Editorial Tomo.
