¡Es tan corto el amor y tan largo el olvido!

Pablo Neruda y su poesía han llegado hasta los resquicios más profundos del amor y la nostalgia, muchos de ellos encumbrados en la frase: ¡Es tan corto el amor y tan largo el olvido!”.

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.

Cuando mis pasos perdidos asoman tímidamente a las huellas del amor, invariablemente me viene a la mente ese viejo “guatón” -como decimos en Chile- que suaviza mi vida con la magia de la poesía: Pablo Neruda.

¡Es tan corto el amor y tan largo el olvido! Como caracola que le musita al viento de la melancolía, Neruda me regaló, sin saberlo, la frase que inunda mi nostalgia por los senos de nieve que enloquecían mis pasiones, aquellas que hacen del erotismo poesía de amor, torrente de las caricias que esculpen, como creador, los senderos de luna de la mujer amada, aquella que es mía y de la cual yo soy suyo.

Neruda y el canto del amor femenino, de las sirenas que en el adiós del marino se eleva en las noches estrelladas, aquellas que invitan a las huellas interminables de las batallas de la sexualidad sublime, donde lo platónico reviste pasión y furia candente, sin cesar, sin freno y con el frenesí de musitar en los labios su nombre con la fuerza de la espada.

Cómo no pensar en ella, ¡si es tan corto el amor y tan largo el olvido! Cómo no traer a la piel el apetito apasionado de sus caricias que prodigaba con la miel de ese amor que lo endulza todo, capaz de aminorar los errores de la vida y que encumbra la savia perenne del amar sin condiciones ni cortapisas de canción.

Caminábamos con las manos llenas de amor, con la mirada extraviada que encontraba en el horizonte las risas perdidas de los niños vivarachos, aquellos que con sus globos encumbran la risa hacia Dios; entonces, me estrujaban los pensamientos, pero la luz imponía en cada beso un nuevo sendero y la próxima pieza de ajedrez en el laberinto incalculable del amor.

En el firmamento, sus cabellos de amazona corrían libremente en el viento helado, entonces sus caricias prodigaban desde sus brazos la resurrección de mi alma, que prendida a su cuerpo degustaba en sus senos de nieve la pasión del nuevo amanecer.

Sí: ¡es tan corto el amor y tan largo el olvido!

A veces las caracolas traen su nombre, a veces sus senderos de luna y sus senos de miel musitan el canto de las sirenas, mientras yo tomo el último tren, aquel que nos separó en la Estación Central.

 

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Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.