Uno de los temas en voga en Hidalgo es la legislación sobre violencia política de género, que mucho dio de qué hablar en las elecciones de 2016 porque algunas candidatas a presidentas municipales pasaron un mal rato con una severa campaña negra en su contra, que aunque algunos atribuyen a razones de género, el argumento no perseveró ante el tribunal competente.
Sobre el tema existen diversas consideraciones, aunque ha sido la magistrada María Luisa Oviedo Quezada la mejor ponente del tema. De sus dichos podemos resaltar la conveniencia de legislar como agravante, no como delito, debido a los derechos que pueden ser violentados y la dificultad de comprobarlo.
Razón bastante coherente de alguien que es conocedora de los temas electorales y la legislación en general; debemos considerar que Hidalgo es una entidad con una prevaleciente cultura machista, que -pese a lo grotesco que pueda sonar- confunde y aprovecha el término de protección a un grupo vulnerable.
Es necesario resaltar que las costumbres imperantes en el sistema político hidalguense obedecen a una cultura en la que prevalecen los valores, estándares y características atribuibles al sexo masculino y que sólo recientemente un importante grupo de mujeres ha sobresalido a fuerza constante.
También es necesario mencionar que la realidad en la entidad obedece a una serie de mecanismos impuestos por “tradición”, en los que la mayoría de las mujeres que son postuladas como candidatas tienen algún tipo de relación personal con varones que las apoyan. Si bien es cierto que las situaciones privadas no corresponden a ningún juicio serio y todas las mujeres tienen absoluta libertad de decidir, también lo es que el momento en que esas relaciones conllevan a un daño en la esfera pública debido -sobre todo- a la baja calidad de las tareas que realizan o su disminuida competitividad, se convierten en tema público.
La entidad ha visto un desfile constante de cuadros femeninos que en nada abonan a las cuestiones políticas, lógico es que al momento de ponerse en el ojo público como candidatas a cargos de elección popular son inmediatamente atacadas por diversos comentarios que hacen hincapié en las relaciones a las que deben dicho abanderamiento. Cierto es que no es un ejercicio que cumpla los cánones del respeto al sexo femenino, pero es la forma en que una sociedad comienza a manifestar el repudio a dichas situaciones.
Es bien sabido que en diversas oficinas públicas constantemente se hacen de conocimiento general los romances entre conocidos personajes y la necesidad de recurrir a ciertas cuestiones para obtener un crecimiento profesional, estándares manejados desde los niveles más bajos hasta las esferas más altas de la política.
El hostigamiento sexual, la presión, la violencia, el lenguaje sexista, el confinamiento, el trueque, son conductas a las que nos hemos habituado, a tal grado que resultan “normales” en la entidad, y que son abordadas con simplismos como “ella quería”, “para eso están”, “todavía que se le hace el favor”, “le fue bien”, etcétera.
Todo esto pone al descubierto un grave problema de cultura machista en todos los rincones, que no será resuelto con la tipificación de la violencia política de género, al contrario, serviría únicamente para los juegos de intrigas favoritos de los políticos, que faltos de capacidad de idear estrategias en la materia, juegan inescrupulosamente con el tema y que aprovecharían la figura para ganar elecciones perdidas victimizando a alguna de sus candidatas.
La necesidad estatal de dar cabida a mujeres que cumplan con los estándares de capacidad, preparación y visión es urgente; hemos visto una lluvia de cuadros juveniles que ostentan millonarias cantidades para “darse a conocer”, confundiendo los escenarios políticos y sociales con pasarelas de moda y edecanes.
Las mujeres que han sobresalido por su trabajo no forman una lista cuatiosa, al contrario, apenas surgen algunos nombres que ya todos tenemos presentes: a nivel nacional Paula Hernández, Nuvia Mayorga y Laura Vargas, mientras en las esferas estatales sobresalen Sayonara Vargas, Citlali Jaramillo y Jessica Blancas; entre las diputadas, están Carolina Viggiano, Gloria Hernández y Erika Rodríguez. Y se cierra la lista categóricamente con apenas unos cuantos nombres que podrían ir detrás de estas mujeres porque no tienen trabajo ni preparación suficiente para hacerles competencia; no se trata de un ejercicio selectivo y orientado en las lides políticas, es la realidad de las mujeres que ocupan posiciones trascendentales en el estado y que más tardan en salir a hablar de algún tema que en mostrar su poca preparación, porque una cosa es tener cultura de vida -muy respetable y aplaudible- y otra es tener el talento para ocupar los puestos en los que se mantienen.
Sería idóneo comenzar a buscar cuadros con trayectoria impecable fuera de los círculos partidistas, y es aquí donde regresamos al nombre de María Luisa Oviedo Quezada, quien podría desempeñar un impecable papel como diputada federal por su conocimiento en el tema legislativo y que también cuenta con la suficiente visión para generar políticas públicas en beneficio de la sociedad, con lo que aventaja por mucho a cuadros femeninos con poco talento.
Pese a que María Luisa Oviedo Quezada no puede -por condicionantes jurídicas a su actual desempeño como magistrada en el Tribunal Estatal Electoral de Hidalgo- contender a algún cargo de elección popular sino hasta algunos años posteriores a la separación de su actual encargo, bien podría figurar en diversos encargos de la administración pública, es un nombre que vale la pena tener presente.
La dificultad de ganar elecciones con los cuadros femeninos que se tienen de cajón radica en que son personas sin nada que ofrecer a la población, cuestión que fomenta la violencia política de género por permitirse ser usadas como “juanitas” o candidatas perdedores para asegurar el triunfo de un varón, lo que valida los argumentos machistas de que “así es la cultura”, “es que ahora nosotros estamos indefensos”, “es que no hay mujeres”, etcétera, que sólo evidencian la ignorancia y prejuicios de los políticos varones.
La reducción de la brecha de desigualdad entre los sexos sólo se podrá dar en la medida que se fomente la participación de mujeres con capacidad en la vida política de la entidad; es tiempo de mirar hacia afuera, hacia mujeres con potencial más que probado, como Oviedo Quezada.
Nota: Sabemos que en los círculos regionales y locales hay un muy reducido grupo de mujeres que podrían crecer y realizar un buen desempeño pero de ellas hablaremos en otra ocasión.
