Lo que hace de Estados Unidos una potencia no es sólo su poderío económico, sino que está acompañado desde hace décadas por su fuerza bélica. Este binomio ha permitido que el gobierno de Washington creara el mito del gendarme-custodio o policía del mundo, cuestión que en más de alguna ocasión ante la aparente preservación de su “soberanía”, ha cometido intervenciones militares y genocidios, como en Irak.
Después del caótico manejo que ha hecho la cancillería mexicana en el escenario del desencuentro con el gobierno norteamericano, el sainete ha derivado en una llamada telefónica entre Enrique Peña Nieto y Donald Trump, la cual lamentablemente ha generado mayor incertidumbre, porque trascendió una posible invasión militar a México, cuestión que fue desmentida tanto por el gobierno mexicano como por el de Estados Unidos.
La controvertida llamada encierra el deseo Trump de intervenir en México, porque Washington dejó ver una posible asistencia militar para combatir a grupos de la delincuencia organizada, cuestión que huele a todas luces a intervención. Tendríamos que ser unos pobres pendejos para pensar en la “buena voluntad” del país vecino.
Si bien es cierto que la llamada deja incertidumbre de todo tipo, lo que más le caga al pueblo es que la llamada guarda una secrecía de tal magnitud, que lo que se infiere es una postura de debilidad del presidente Peña Nieto.
En los hechos, después de que Trump hiciera un llamado a los países a encargarse de sus problemas de seguridad, migración y económicos, y que no se constituyeran en una carga para Estados Unidos, ¿por qué habría de asumir la carga de ayudar militar o policial de respaldar a México el gobierno de Washington?
Este escenario no es oscuro, es claro porque devela las intenciones de tutelar no sólo a México sino al mundo, con el doble discurso de que cada quien haga lo suyo, cuestión que presagia que el cuervo volará asolando al mundo, nuevamente.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
