La infiltración y mimetismo del GPI

“El GPI es evidencia de la prostitución de la clase política sobre el encargo público (…), se mimetiza e infiltra para controlar y crear nuevas redes proclives a sus intereses en juego, que invariablemente no son los intereses del pueblo”.

La característica central de la clase política es su capacidad de negociación y mimetismo, la cual permite a los hacedores del encargo público migrar de un partido a otro, formar grupos de presión y, como cereza del pastel, una vez empoderados convertirse en juez y parte en los puestos de toma de decisión, donde las carteras públicas principales de los tres poderes derraman de manera piramidal el control político que garantiza la negociación y el mimetismo.

 

La partida de Omar Fayad ha dejado sin liderazgo in situ al Grupo Plural Independiente (GPI), que como sus siglas lo advierten, es un grupo con la misión de ejercer presión y tener una estructura acotada y reducida de mando; si se marca como plural es que no presenta consistencia ideológica: hay de dulce, de chile y de mole, y si es independiente, sus lógicas se construyeron en sus apetitos e intereses al margen de las condiciones que requiere el espectro político y ciudadanía, es decir, una estructura para negociar al mejor postor.

 

De este modo, el GPI fue concebido como la estrategia articulada de la defección o migración adherente a cualquier partido o movimiento político que se construye en la lealtad no partidista de sus miembros para la negociación y mimetismo político; su cohesión se plantea en la reciprocidad de las voluntades tanto de actores con reflector, como Nuvia Mayorga o Julio Valera, o bien, para amparar desde el afecto y fraternidad a los actores rémoras, como Sergio Baños, lo que amalgama experiencia política con impericia pública, pero bajo una alianza de intereses económicos y de poder político sobre el escaño o encargo público.

 

En términos coloquiales, el GPI es la alianza del rey Midas: lo que toca lo vuelve oro. El pacto de lealtad que logró hace años Fayad Meneses con López Obrador tuvo como resultado que su staff de negocios y mimetismo político de actores políticos y rémoras púbicas articulara redes proclives al contubernio y la secrecía, por lo que la migración del GPI al partido del tucán es un trazo lógico de infiltración que se planteó con antelación y que se dio en dirección a un partido a modo dentro de la alianza morenista.

 

La lectura de la realidad política del GPI no es ajena a las añejas prácticas priistas, por ende, el Partido Verde le viene como anillo al dedo al GPI, precisamente porque presenta una lógica de prostitución política del encargo público para salvaguardar el registro de partido. Recordemos la volatilidad de sus alianzas: así como se unió al PRI, ahora lo hizo con Morena, por lo que no se trata de defender al pueblo o salvaguardar la probidad de la administración pública y mucho menos un espíritu nacionalista, sino la más pura negociación y mimetismo de intereses creados al margen de principios políticos, ideología o proyecto de nación.

 

La embajada en Noruega (por pacto de lealtad), como bien advierte Julio Valera, no es un premio para Omar Fayad, sino el reconocimiento a su trayectoria; esto es verdad, pero lo que no señala es que esa trayectoria la construyó como lo hace la mayor parte de la clase política: con una dosis de negociación y mimetismo, no por humanidad y congruencia con el pueblo y tampoco con Tlahuelilpan.

 

El GPI es evidencia de la prostitución de la clase política sobre el encargo público, y si somos observadores, se encuentra tras bambalinas y administra las lógicas de negociación, se mimetiza e infiltra para controlar y crear nuevas redes proclives a sus intereses en juego, que invariablemente no son los intereses del pueblo.


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