La modernidad acompañó a la ciudad minera de Pachuca con el arribo del Ford T en los años 20, y se mantuvo como un lugar de concentración de poder desde la Casa de los Rule, que, como construcción que añoraba a la Inglaterra victoriana, miraba como mudo testigo la desigualdad social entre el centro y la periferia de la ciudad.
El río de las Avenidas, hacia 1950, ya había perdido el agua limpia y se convertía en una escoria de excremento, contaminación y fétidos hedores que, hoy, en tardes de recorrido perfuman a Valle de San Javier; colonia que se creó como parte de los círculos concéntricos del poder de la burguesía nativa, sus inmobiliarias y el brazo de esa clase política priista que quería su living, sin vendedores ambulantes.
Los círculos de concentración urbana de poder paulatinamente fueron abandonando el centro de Pachuca. De pronto el Reloj monumental, que era el orgullo de la burguesía nativa, se convirtió en el observador de viejas casonas que fueron convertidas en vecindades; el hacinamiento se convirtió en una constante, mientras la burguesía fundaba nuevos fraccionamientos para alejarse de los círculos de miseria urbana.
Los problemas del abasto de agua para 1970 ya eran claros y ya comenzaban los lastres del ecocidio político de una clase indolente, que no hizo nada por planificar el crecimiento urbano de Pachuca. Los sectores periféricos viven y vivían en los barrios altos en las faldas de los cerros y otros nutridos contingentes, en las periferias. En ninguno de los casos, los servicios públicos estaban garantizados; mientras los zares de las inmobiliarias vendían, como lo hacen ahora, terrenos en despoblado, donde el cruce de aguas pluviales era evidente, abusando de la necesidad humana.
En este escenario, el PRI Hidalgo daba dádivas y prebendas; un juego clientelar que mantenía un sistema de goteo económico para calmar los estragos de su ecocidio político-social que ramificaba pobreza y desigualdad. Nunca el bastión priista y su clase política tuvo, a diferencia de otras clases políticas unidas a la burguesía nativa en el país, la visión de hacer de Hidalgo un emporio industrial, comercial o agrícola. Sus discursos eran oasis quiméricos y lo siguen siendo pese a que perdió el poder.
El porrismo de la UAEH fue un capítulo negro que derribó a la ciudadanía y con el tiempo se maquilló de infraestructura y novedosas carreras que no tenían mercado y que empujaron al gobierno a contratar perfiles académicos sin respuesta, así como el desempleo de cuello blanco.
A la par del ecocidio político, la delincuencia organizada -pese a que Pachuca y en particular el resto de Hidalgo es ampliamente pobre- se empoderó sobre el poco jugo que se le podía extraer a la naranja, porque los delincuentes de cuello blanco que utilizaban a las estructuras de gobierno para obtener ganancias por medio de la corrupción y el fraude público, como la Estafa Siniestra, se habían comido casi todo el pastel.
En este trazo, el narcomenudeo y el huachicol son hijos de reciente cuño, pero han pavimentado el camino para exprimirle hasta la última gota de jugo a la naranja; cosa no menor, que se cuantifica en miles de millones de pesos.
En los espejismos del desarrollo aparecieron las “plazas”. Galerías, Gran Patio, Explanada son lunares en el desierto con “otro poder de compra” para el precario 10% de los pachuqueños que pueden pagar los precios que el obrero común o trabajador de servicios les cuesta un mes de trabajo. La desigualdad se hizo más visible, pero se maquillaba a través de McDonald´s y las canchas de futbolito en Pachuca; mientras el río de las Avenidas sigue en la proliferación de excremento y perfume de gardenias.
Las inundaciones, las explosiones de dinamita en “Maestranza”, las trombas, el eterno desabasto de agua se han acompañado de calamidades, donde diversas administraciones municipales en Pachuca pavimentaron negocios privados con fachada pública. Los bares se convirtieron en el despropósito de los provincianos pachuqueños, con un dejo de blof Fashions y la pasta del narcomenudeo.
Pachuca agoniza. Los elementos de un ecocidio que se pavimentó desde la explotación de una burguesía nativa indolente y autoritaria a la que se unió una clase política brutal, se encuentran a la vista y son causal de la indignación social. El ecocidio político ha trazado las condiciones de quebranto social, en una metrópoli que pasó de la obsolescencia urbana a la agonía, haciéndose llamar: “Pachuca, la Bella Airosa”.
