Puros dramas pendejos los de Hollywood. Pura bulla, puro rollo y falsa bola. Apócrifo en todas sus formas y espiritualidad plástica, pomposa estética de la hipocresía y un majestuoso disfraz de humanista. Sus historias son las historias de un nuevo occidente, el deber ser hegemónico y la moraleja judeo-cristiana. El retrato atrayente, seductor y cautivador de los diez mandamientos, empero, sin ningún cuestionamiento. Es el universo de lo trivial y la praxis de la frivolidad, el vacío perfecto. Puras mamadas las de Hollywood y pendejos todos los que le siguen el juego.
No obstante la declaración de mi hermano, ir al cine es uno de mis mejores recuerdos de cuando éramos pequeños. Mi mamá nos llevaba, íbamos en las tardes y a veces en las mañanas; siempre al cine Linterna Mágica, en la glorieta San Jerónimo y a los pies del conjunto habitacional Unidad Independencia. Llegábamos en la camioneta Dodge Dart y para mí comenzaba un lúdico ritual.
El olor a caramelo y el helado napolitano, palomitas y refresco; los colores barrocos de la enorme estancia, el sonido de los muebles y la textura de terciopelo. Una gigantesca sala impresionaba los ojos de los niños, nos intimidaban sus grandes cortinas y muros, amedrentando nuestro espíritu por su estética de adultos. Sin embargo, la magia residía en la oscuridad. Ya mero, ya mero y, luego de fastidiosas notas informativas e innumerables anuncios, las luces se desvanecieron, excepto el letrero en rojo de “salida de emergencia” a un lado de la pantalla. A Universal Release… Los últimos segundos de silencio.
Dom. Dom-dan. Dom-dan-don. Dom-dan, dom-dan. Dom-dan, dom-dan, dom-dan, dom-dan, dom-dan… Tan, tan, tan, tan, tan. Dom. Tan, tan, tan, tan. Dom. Tan, tan, tan, tan. Dom. tan, tan, tan, tan. Dom… Tururú… Tururú, tururú, tururú-turururú…
Tiburón de Steven Spielberg y luego Piraña de no sé quién. Eran funciones dobles y siempre elegíamos las de terror, nunca discutíamos por la película. Mi hermano siempre me apoyaba. Antes de salir de la sala mi mamá decía que nos protegiéramos los ojos, tocarnos suavemente los párpados, acariciarlos y descubrirlos poco a poco; tanto por el cambio repentino de luz como por el cambio brusco de temperatura. Hace mucho que no veo una película en el cine, pero la última vez seguí sus consejos. Ella era muy sensible al respecto. Mis abuelos, sus padres, eran ciegos.
¿Qué quieren de cenar? Yo quiero pizza. Yo quiero hamburguesa. Para coincidir fuimos a un boliche donde había ambas, además de maquinitas, i.e., juegos de video empotrados en grandes cajas rectangulares que funcionaban con monedas hechizas. Sólo jugamos una línea de bolos y, mientras mamá hablaba por un teléfono de monedas a un lado de la recepción, nos fuimos a las dichosas maquinitas. Recorrimos un par antes de concentramos en Karate Champ. Yo no era bueno, pero mi hermano sí; llevaba más de tres juegos de retas con una sola moneda cuando una luz, la primera incomprensible en mi vida, apareció a un lado del puesto de algodón de azúcar. Era una niña.
Me le acerqué y pregunté su nombre. Mónica. Qué bonito nombre. Ella sonrió y me preguntó si quería jugar Excitebike, una competencia de motocross. Un juego, dos juegos, tres juegos y me perdí en su perfil iluminado. Ella me miró. ¿Qué me ves? Luego me perdí en sus ojos. ¿Por qué me ves así? Y también en su boca cuando echó una carcajada y mostró sus dientes chuecos. ¿Quieres un refresco? Asentí, momento en que sentí un golpe en la espalda; ella reclamó con un grito a sus hermanos. ¡Déjenme en paz! Tres niños, más grandes que yo en tamaño, me sometieron en el suelo reclamándome por jugar con su hermana. ¡Déjenlo! Ella me seguía defendiendo en vano, entonces se fue llorando. ¡Ya hiciste llorar a nuestra hermana!, dijo uno. ¡Te vamos a pegar en tu madre!, dijo otro. ¡Maldito enano!, dijo el mayor, quien tenía como diez años.
Aquí todo se vuelve borroso. Mi anterior relato es lo último que recuerdo, posteriormente vino el sorpresivo, impactante y misterioso cuadro. Cuando cerré los ojos sus voces se perdieron, luego sus zangoloteos y, cayendo como astronauta, despaciosamente (adv.) caí al suelo.
Abrí los ojos y observé a mi hermano sometiendo a los tres, los tres con sangre en el rostro, lastimados y temerosos. Parpadeé y luego miré el rostro, en primer plano, de Mónica reclamando, reclamándome por sus hermanos. Llegó mamá y hubo una discusión con la otra mamá, mi hermano defendía lingüísticamente que me defendía físicamente, pero nadie le hacía caso. Todo se concentró en las heridas de los otros niños.
Mamá terminó por darles un cheque y su licencia de conducir como garantía, salimos del boliche sentenciados por las miradas de todos y en el camino me preguntó cómo me sentía. Me siento bien. Yo también. Pero la verdad no me sentía bien, sabía que mamá discutiría con papá por el incidente. Y no sólo fue lo que pasó.
Él, brutalmente, la golpeó.
Continúa 4

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".