Múltiples estadistas en el orbe y, entre ellos, la presidenta Claudia Sheinbaum, han lamentado el deceso de uno de los luchadores sociales más icónicos en América Latina, Pepe Mujica.
Mis únicos y queridos lectores, es difícil expresar con claridad la valía del pensamiento y actuar político de un hombre de la talla de José Alberto Mujica que, a los 89 años, ha partido dejando un legado de entrega no sólo a su Uruguay, sino también a la humanidad.
Viviendo en un rancho y negándose a homenajes, Pepe Mujica le dio una lección al mundo de humildad en el poder y conducción del Estado. Era icónico verlo llegar en su vocho celeste al palacio presidencial y, en mangas de camisa, iniciar sus actividades como presidente.
Pero no fue sólo la imagen de bajo perfil lo que lo destacaba, sino la amplitud de un intelecto bien entendido hacia la humanidad, tratando de que la gestión política respondiera al pueblo y reivindicara a los que menos tienen.
Hoy que en Hidalgo la preocupación sentida por las y los hidalguenses ha prohijado la labor del gobernador Julio Menchaca, nos recuerda que los gobernantes cuya conciencia es cierta -y entendida en apoyo de los que menos tienen y han sido históricamente olvidados- la talla del estadista comprometido debe ser el distintivo del quehacer de los personeros públicos que no requieren hacer fiestas fastuosas de XV años y del dispendio de sus caudales, el sello contradictorio de su labor.
Uno de los aspectos de vanguardia de la gestión de Pepe Mujica se basó en garantizar la justicia social generando oportunidades para todos los sectores sociales de su país. En este trazo, en edad avanzada y habiendo dejado la presidencia con una icónica aprobación social, Pepe Mujica se retiró de su participación en el Congreso con un sentido mensaje donde señalaba que su participación histórica ya no contaba con los elementos que permitían su lucha, en ese escenario, las lágrimas de muchos de sus seguidores e, incluso, de sus detractores, no se hicieron esperar.
Pocos políticos son capaces de sembrar vida desde la burocracia para los ciudadanos que representan. Más aún, sólo un reducido número de políticos pueden irse en el orbe con la conciencia tranquila y las manos limpias de un deber cumplido.
Es evidente que la erosión de la credibilidad y legitimidad de la política en manos de personeros que en el despropósito público malversan el erario, corrompen el poder y vulneran a sus pueblos ha sido la constante, cuyo desprestigio social ha causado un debilitamiento de la democracia y, lo que es peor, de la dignidad humana.
Pepe Mujica se va por la puerta grande y, si estuviera vivo en su funeral, habría pedido con la humildad que lo caracterizó que no se le hicieran homenajes, que no era necesario.
Pepe Mujica nos deja como legado la conciencia cierta de un estadista y de un hombre comprometido con su pueblo y con la humanidad.
No todo mundo conoce el hecho de que cuando Pepe Mujica fue un luchador social y que pasó a la guerrilla en Uruguay en la búsqueda de crear un sistema político que no se sirviera del pueblo, fue encarcelado y torturado, viviendo lo mismo proscrito que en el exilio.
La historia en la suma de la conciencia social suele poner en un sitio de culto a las mujeres y hombres que entregan sus vidas en pro de la humanidad. En esa talla se encuentra Pepe Mujica, que se ha ido dejando un grato sabor de boca para esa humanidad que tanto amó.

Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.