Apenas arrancaban las precampañas cuando la fiestas navideñas pusieron pausa a los actos públicos de los precandidatos. De forma ilusa pensamos que descansaríamos de la demagogia, la simulación y de las mentiras que los ambiciosos políticos utilizan sin pudor como papel de baño en casa ajena; sin embargo, poco nos duró el gusto cuando observamos que sólo en los noticieros dejaron de presentar los aburridos reportes de tantos precandidatos que se dedican a besar niños y a mendigar el voto para lucir humanos ante la cámara porque los millones de spots que por ley deben transmitirse en radio y televisión para apabullar a la audiencia nos obligan a seguir consumiendo mensajes ridículos que van desde el infante bailador hasta el documental del abolengo del apellido Meade (que para efectos de campaña quieren que como borregos empecemos a pronunciar “mid” y no “meade”, como suena al leer).
Tal saturación en la comunicación política en radio y televisión puede jugarle un efecto inverso a los partidos. Veamos. En términos de democracia, todos los partidos políticos reciben por disposición del INE y del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) los mismos tiempos y espacios para difundir spots a través de la radio y televisión nacional concesionada y permisionada al Estado Mexicano, aunque la apabullante oferta provoque en el potencial electorado un efecto singular: la distracción por la frivolidad. En otras palabras, tanta pantalla y espectro radiofónico produce hartazgo, y se pierde el propósito original de informar para elegir mejor. Así, más que conocer los detalles de cada propuesta, tal simplismo en la estrategia mediática desata en la audiencia distracción en asuntos vanos, en chacotear los detalles jocosos de cada mensaje.
En época navideña, el gran público más interesado en conseguir las chelas para la fiesta de fin de año, de visitar el Zócalo y su pista monumental, se relaja y se echa la chorcha debatiendo temas como si el gracioso niño de Movimiento Ciudadano que baila con salero y canta como quien anuncia Riko Pollo debe exigir derechos por la infancia porque los creativos se pasaron cuando explotaron el estereotipo del indígena feliz al máximo. La próxima estrella de La Voz o de La Academia kids es el centro de una discusión que aleja al electorado de conocer qué diablos será esa cosa que Dante Delgado bautizó como “Movimiento Ciudadano”.
En el asomo del panóptico a la construcción de la percepción las familias parecen más ocupadas en tratar de identificar el trabajo del maquillista que supo borrar los signos de vitiligo en la piel de Mid (escríbase Meade): “Ya sabía que iba a ser el bueno, si no por qué luce tan bien, seguro lo llevaron a Houston a darle su manita de gato”, afirma algún tío que presume saberlas todas en polaca. En redes sociales, con mayor libertad en tiempo y contenido sin restricciones del COFIPE, los usuarios ardieron cuando trataban de descubrir el romance roquero entre el neolíder del perredismo y el precandidato presidencial del Frente, Ricardo Anaya. El sensual juego de miradas entre Anaya y Juan Zepeda confirmó que el agua y el aceite, en tiempos electorales, sí se pueden mezclar.
En síntesis, este no era el momento idóneo para atascar el cuadrante de la AM y el FM y tapizar la pantalla chica con tanto spot, especialmente porque ésta ni siquiera es la campaña, ya se verá el gran rechazo del elector que le alargan el comercial de la telenovela, le invaden el medio tiempo de un América vs. Pumas o le quitan el espectáculo del Super Bowl para seguir consumiendo tanto spot.
Los partidos han abusado de este derecho y están empeñados en monitorear cada uno de los millones de anuncios que les otorga la ley; la sociedad por su parte debe asumir como en los tiempos del fascismo de Mussolini, el nacional socialismo de Hitler y hasta el nacionalismo de Cárdenas el monopolio de la comunicación política. Este exceso sin duda favorece el enojo ciudadano que podría manifestarse el próximo julio en un rechazo muy significativo en cifras en las urnas: un alto abstencionismo y niveles mayores de anulación del voto.
Todos estos males y otros efectos apenas se manifiestan. La ciudadanía sigue enojada con los partidos y no pierde la oportunidad para mostrar su animadversión contra el fuero, el dispendio de los políticos… Así, 2018 podría ser el año que dé fin a esta borrachera democrática. No hay que soslayar que otras plataformas han surgido (internet, Whatsapp, Twitter, Facebook…) en donde los jóvenes ocupan buena parte del tiempo; este sector de poco más del tercio del padrón electoral podría convertirse en el fiel de la balanza o en el actor decisorio que con su apatía o participación influyera de forma definitiva en la madre de todas las batallas electorales.
Esperemos con calma y morbo el apocalipsis de la clase política o de una nueva elección gatopardista donde todo cambia para seguir igual.

Por: Mario Ortiz Murillo
Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.