Un día antes fui a Leiden, quería conocer el pueblo natal del capitán Ferdinand y, si era posible, visitar la Lutherse kerk o iglesia luterana donde, según él, había visto la luz por vez primera.
15.1 Hice el viaje en bicicleta, una color azul y muy ligera.
El cielo siempre bello.
La suavidad del aire, la verticalidad del camino y, con respecto a la textura, la planicie perfecta.
Las coloridas flores.
Me detuve a descansar sobre el pasto a un lado del canal de Zijl y, mientras reflexionaba en la más reciente discusión filosófica con Spinoza, me fumé un porro de Apple Haze observando el cielo a través de un gran molino negro.
—Hallo! —me dice una chica que pasa corriendo.
—Hi.
Si Dios es la Naturaleza… Me quedo pensando en el planteamiento de mi colega y me pregunto: ¿cuál es su lenguaje?
—Sus leyes —me responde Spinoza—, las leyes de la Naturaleza.
La Biblia no es un libro y mucho menos escrito por Dios (ese no es el lenguaje de la Naturaleza) sino tan sólo un conjunto de múltiples textos imaginativos de autores que, no obstante su tremenda ignorancia, explicaban los fenómenos naturales a partir de la supuesta “voluntad” de un Dios antropomórfico.
—La palabra mundana sobre Dios —le digo—, en vez de la palabra de Dios sobre el mundo.
—Por ello hay que analizar dichos textos como se analizan otras creaciones humanas y no como si estuviésemos interpretando lo divino.
Porque lo divino reside en la Naturaleza, no en las palabras.
15.2 Atravesé las calles y canales de Leiden hasta llegar a una iglesia pequeña, clara y simétrica sobre Hooglandse. Su exterior revestido por tabiques rojos, ladrillos marrones y piedras de diversos colores beige; una puerta cuasi-escarlata de gruesa madera, un patio dividido por un ancho pasillo y, como deslinde con la banqueta, una sencilla reja de ordenadas rectas.
La salté, intenté asomarme sin éxito por una de las ventanas y, al final, toqué varias veces la puerta. Nada ni nadie. Repetí el llamado y, luego de unos segundos en que parecía escuchar que había alguien adentro, me senté en el piso y, recargando mi espalda en el antiguo inmueble, saqué mi libreta y comencé mis apuntes sobre las sensaciones pendientes entre el pasado y el presente.
El legado de Spinoza es valorar la libertad de pensamiento cueste lo que cueste su libre expresión. Y, por supuesto, tenía razón. Pensamiento y expresión es la verdadera creación de Dios, es decir, de la Naturaleza.
15.3 Mientra cavilo sobre la separación spinoziana entre religión y política, siento el peso de una mirada, volteo y, una mujer alta-rubia en bicicleta con su bebé en un pequeño asiento al frente, me observa fijamente. Me extraña y, a la vez, no me extraña. ¿Por qué? No lo sé. Pero en fin, vuelvo a mis anotaciones:
Spinoza me ha enseñado que la religión es, o debe ser para el bien-utilidad de la colectividad, algo completamente privado, a-racional y exclusivamente interno, una conexión del propio individuo con aquello que interpreta como místico. Sin traductores ni mediadores, sólo la comprensión de la Naturaleza mediante el conocimiento científico de lo sublime.
Sigo sintiendo la mirada, volteo y ella estaciona su bicicleta a un lado de la reja y, con su bebé en brazos, se me acerca sin traspasar la reja. En un instante pienso que va a reclamarme por yacer en el patio de la iglesia pero, sorpresivamente, me pregunta:
—Are you Serner?
—Yeah —respondo luego de una pausa en que permanezco perplejo—. How do you know?
Aspira hondo, niega llevándose la mano en la frente y, tras cerrar los ojos durante unos momentos en que su bebé no deja de verme, ríe un poco diciéndome claramente en español:
—Ferdinand era mi abuelo.
15.4 En una pintoresca casa a las afueras de Leiden.
Miraba una pared repleta de fotos sobre la pared de la sala y, al descubrir una del capitán en su barco, lo comprendí todo.
Yo aparecía en la foto.
Han pasado más de veinte años.
Continúa 16

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".