En un diálogo de sordos y con la visión obstruida, Marco Mendoza, líder del PRI Hidalgo, frente a la defección política de Benjamín Rico Moreno, se obstina y recurre a la negación de una crisis interna de representatividad sin precedentes en su partido que, lo único que depara, es el naufragio político.
En este escenario, donde hace apenas unas semanas José Antonio Rojo anunció que dejaba al partido porque había violado sus postulados sobre “no reelección”, en una pantomima desde el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, Benjamín Rico anuncia, desde una clara impugnación a la antidemocracia que prima en el partido tricolor, su defección política, que ha traído cuestionamientos forma y fondo de la base militante que se encuentra desprovista de los mecanismos para democratizar a un partido anquilosado y de cúpula.
En este trazo de naufragio político, las declaraciones de Marco Mendoza, muy lejos de erigirse en un marco de autocrítica y contrición política, pretenden descargar en las espaldas de Benjamín Rico la impugnación de deslealtad al PRI, pronunciamiento inverosímil que denota que la cúpula del PRI habrá de llevar al partido a su mínima expresión y garantizará cualquier estrategia antidemocrática para establecer su control.
El golpe asestado por la reelección perpetua de Alejandro Moreno y Carolina Viggiano al PRI, ha constituido un asalto antidemocrático, donde la renovación de cuadros es una quimera que se construye desde una cúpula sórdida que se avala a ella misma y que no está dispuesta a dejar el poder a ningún costo.
El análisis descriptivo de esta realidad presupone la instauración de una “Ley de Hierro”, al más puro estilo de los países de partido único o donde la hegemonía de un partido se torna en la guillotina del poder, porque su concentración y centralidad impide toda democratización del sistema político, herencia del PRI que parece no advertir que el escenario político no es ya del parque jurásico, sino de un poder político abierto y en crecimiento a nuevas expresiones de la sociedad.
En este trazo analítico, el PRI -que históricamente se convirtió en el bandido estacionario, controlando al aparato de Estado y negando toda posibilidad de democratización en México- no ha comprendido desde su cúpula que perdió el poder por sus prácticas autoritarias, antidemocráticas y centralistas de la vida política nacional.
En este escenario climáticamente enrarecido resulta paradójico e increíble el grado de negación que experimenta el líder del PRI Hidalgo, Marco Mendoza, que no deja de causar asombro a propios y extraños por la concentración del poder de cúpula y la verticalidad en la toma de decisiones que han marginado a los cuadros políticos y su base militante.
El éxodo político
El holocausto priista y su naufragio político ha llevado a una reacción en desbandada de sus estructuras y base militante, la cual no acepta ni percibe Mendoza Bustamante, que en prospectiva enuncia que el partido no podrá hacer frente a futuras contiendas electorales como la del 2028 en la gubernatura de Hidalgo y, mucho menos, a la sucesión presidencial del 2030.
La pérdida de legitimidad
El PRI Hidalgo ha perdido toda legitimidad interna y externa, cuyo colapso no sólo denota un partido político empequeñecido y a punto de orbitar como satélite o rémora política, sino, también, en una crisis de representatividad sin precedentes, producto de su antidemocracia, autoritarismo y concentración del poder de cúpula.
La defección de Benjamín Rico al PRI Hidalgo es una gota amarga de denuncia política sobre la involución de un partido que segrega a su base militante frente al poder de mirreyes de la política, cuya casta enquistada no representa a nadie.
La paradoja que experimenta la cúpula dominante del PRI es considerarse un partido democrático cuando su señalética política va en dirección opuesta: antidemocracia.







