¿Castigo o perdón a gobiernos corruptos?

Las señales políticas enviadas por AMLO cada vez que se pronuncia por algún asunto particularmente delicado, provocan irremediablemente alerta, preocupación y hasta inquietud. No es para menos, en sus dichos y frases se esconden intenciones que a más de uno nos resultan (casi) indescifrables.

El cuasipresidente se ha acostumbrado a declarar y a “dar la nota” con incendiarios pronunciamientos cuya controversia está intrínseca; sin embargo, las palabras del tabasqueño deben ser leídas con cautela para no irse con la finta, pues al de Macuspana le encanta jugar con las frases y las dobles, y triples intenciones, por eso siempre se debe tener prudencia, porque este campeón del discurso es capaz de adaptarse a distintos contextos.

El presidente electo se ha vuelto al paso de los años un experto en comunicación política, amén de dominar una retórica que con habilidad se adapta a los públicos a los que está interesado en comunicarse. Así, lo mismo recurre al chistorete popular para conectar con sus fieles seguidores en los mítines, como asumir seriedad y formalidad para apaciguar a los inquietos capitales en una reunión a puerta cerrada.

Como camaleón de la política puede apropiarse del micrófono en la televisión para salir bien librado de los opinólogos que lo enjuician y dejarlos bufando de coraje, así como, ya en confianza, aparecer espontáneo y natural en las redes sociales para regalar algunos minutos con un mensaje directo a los corazones de sus incondicionales seguidores, que se cuentan por millones y que lo tratarán en Facebook como a un famoso rockstar.  Quizá entonces por esa polivalencia la personalidad de AMLO y sus mensajes se consideren polisémicos y a veces hasta confusos. Para los ortodoxos de la comunicación entender lo que dice de forma explícita e implícitamente AMLO debería ser objeto de exigente análisis de semiótica.

A propósito de lo anterior, López Obrador esta semana realizó una gira por los medios televisivos a los que buscó para “promocionar la consulta popular”, pero más allá de la intención original conductores y él mismo aprovecharon el espacio para fijar la agenda política del futuro inmediato: revelaciones controvertidas que más que dar certeza en su línea de acción gubernamental a los analistas les asaltan mayores dudas sobre qué plan de acción se ejecutará en el arranque del nuevo gobierno. Y ya entrado en gastos dejó varias interpretaciones sobre el tema de la corrupción. A unos les aseguró que la corrupción del pasado sí existe y es de tal proporción que resultaría muy complicado enjuiciar a los altos funcionarios y a esa burocracia que por décadas ha ejercido la corrupción habrá que perdonarle sus pecados del pasado. “Entraríamos a un pantano que no nos permitiría avanzar”, en consecuencia, los voy a perdonar, pero a mí no quiero que me perdonen. Así fijó de nuevo una posición distinta sobre el espinoso tema de la  rendición de cuentas ante los inquisidores de Televisa. Luego de forma distinta con Ciro Gómez Leyva, en Grupo Imagen, dijo lo contrario: “Yo estoy en la mejor disposición, pero si la gente presiona y esa es la demanda, tendré entonces que auditar a los gobiernos y funcionarios del pasado, incluso iría contra Enrique Peña Nieto y su gabinete”.

Planteado de esta forma y en el tenor en el que realiza las consultas, en una de esas surge una encuesta para decidir por el sufragio de sus seguidores si Peña, Calderón y Fox deben ir a la cárcel por actos de corrupción.

Resulta  extraño determinarlo. Para un sector de la opinocracia anti-AMLO pactó con EPN el perdón contra cualquier imputación sobre el manejo del presupuesto estos seis años. Para otros se trata de una cuestión de transición democrática tersa, sin despertar esos demonios que ya le conocemos al tabasqueño. Se trata de enviar mensajes de paz social, de armonía y arrancar con civilidad la nueva etapa política de este país, sin embargo ese salvoconducto empieza a debilitarse cuando se le ha criticado de no demostrar autoridad y carácter contra esos que muchos años denostó, así que seguimos igual de perplejos.

Si además sumamos a esos signos extraños que acostumbra enviar el presidente electo la cordial fotografía que se publicó en todos los diarios comiendo con Peña Nieto, podemos sumar a nuestra perplejidad, confusión o ambigüedad. AMLO es un experimentado político que sabe llevar a su favor los temas que dividen a la sociedad. En este momento sigue librando varios temas simultáneos donde el mensaje no es muy claro: los migrantes, la construcción del aeropuerto, la guardia nacional e incluso sin deberla ni temerla puso en orden a la NFL luego de su indignación por la suspensión del partido de lunes por la noche esta semana.

No debemos olvidar que partir del 1 de diciembre AMLO inaugurará formas políticas a las que no está acostumbrada la ciudadanía nacional, en ese doble lenguaje que buscará reducir los radicalismos y darle a todos por su lado radica el personaje que construyó en campaña para enamorar incluso a sus otrora adversarios. López Obrador de forma natural siente una predilección por algunos valores de la izquierda, pero tampoco se aferrará a construir un gobierno parecido a Cuba, Venezuela o Bolivia, donde las acciones fueron tendientes al totalitarismo y la confrontación con la alta burguesía, incluso para relajar el ambiente se ha dado el lujo de coquetear con la clase empresarial creándole un consejo consultivo a modo en el que están los que en campaña eran la “mafia del poder” y dejar en el pasado el rencor y trazar una nueva era de reconciliación.

López Obrador aprendió con duros golpes el valor de ganar la presidencia con fracasos, escollos y conflagraciones en su contra, por eso ha evitado el lenguaje que en 2006 lo alejó de Los Pinos a cambio de un estilo que a veces parece cantinflesco, otras tantas un predicador y a veces un relajado sabio que puede con sonrisas y un fraseo lento llamar a la concordia y a la paz. Ahora es más prudente, se serena, negocia, cuida las formas. Se antepone a las crisis con más razón que furia, sopesa los errores y es capaz de reconocer desajustes con una rápida capacidad de enmendar, de ser necesario.

Por todo lo anterior, nadie puede desde ahora afirmar que hay una claridad sobre el rumbo del país en el futuro inmediato. En realidad si nos nos apegamos a tratar de entender el significado de los signos recientes de esta tensa etapa de transición, es válido afirmar que permanecemos en el limbo de la confusión y la ambigüedad.  Ni siquiera que los especialistas en la ciencia de la interpretación de mensajes pueden en este momento explicar si los gestos del futuro mandatario reflejan estabilidad, confianza o incertidumbre, o todo lo contrario.

Todos deseamos que la estrategia de confundir a la opinión pública esté respaldada de un modelo estratégico que, evidentemente, fue previamente planificado. O quizá sólo sea la maquiavélica forma de entender el poder que como un zorro astuto no está dispuesto a dar ventajas antes del arranque del sexenio.  Si por el contrario estamos en la reacción inmediata y la improvisación, el presagio no luce muy promisorio y habría entonces sobradas razones para vaticinar el error de 2018. Dejemos de especular y ante la falta de claridad en qué nos deparará el prometido “cambio verdadero” sólo nos queda la esperanza de mejores tiempos. Quiero confiar que ahora sí vienen buenos tiempos. En AMLO y Morena confiamos, y si no, que la patria se los reclame. Veremos, ya sólo hay que esperar una semanita.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.