El color de México

Hace días, una historia de discriminación y racismo en una cadena de restaurantes de la Ciudad de México puso sobre la mesa (una vez más) el tema de la piel en nuestro país.

La herida que ha dejado el racismo en la historia nacional es vieja y se abre de vez en cuando cada que los medios de comunicación deciden popularizar este contenido. Es interesante pensar en la indignación que nos provoca el racismo y la discriminación nacida de nuestro color de piel, sobre todo porque esta irritación nace de una contradicción que solo los mexicanos podemos comprender.

En un país donde la mayoría de las personas tenemos la tez morena, la celebración de la blancura y los privilegios que vienen con ella es exagerada, incluso aspiracional. Nos indigna el racismo, pero decimos “indios”, “nacos”, “prietos”; cuando en nuestras familias nace alguien con la piel más clara, con los ojos menos oscuros, decimos que ese niño sí es bonito porque es blanco. Cuando vemos personas morenas o de ascendencia indígena en espacios de poder o de representación social, llueven comentarios del tipo “aunque la mona se vista de seda…”.

¿De dónde viene esta contradicción? ¿En qué punto de nuestra historia aprendimos a odiar lo que somos? México es un país moreno, acribillado por la ideología europea nacida de la Conquista. México es un país con población afrodescendiente. México es un país indígena. México es un país aciago, oscuro, en el que la única “morena” que vale es la propaganda como postura política.


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