Fiesta del PRI sin arrepentimiento

El 4 de marzo, el PRI celebró 93 años de existir como partido político con una ceremonia en su sede nacional en la que sobraron consideraciones sobre lo que son sus logros, pero con cero autocrítica y menos para tener un acto de contrición, por las innegables culpas cometidas y cero propósito de enmienda para no volver a cometerlas.

En ese evento, presidido por su dirigencia nacional encabezada por Alejandro Moreno, su presidente; Carolina Viggiano, secretaria general y por los jefes de sus bancadas en la cámara de diputados Rubén Moreira y Miguel Ángel Osorio en el Senado, y personalidades del partido, se pusieron en la balanza solo los logros y las ganancias de 93 años y se ignoró lo negativo y, por lo mismo, no se anunciaron los nuevos caminos para evitar las fallas que le significa en este momento ser solo un partido más y prácticamente sin poder real para incidir en la vida del país.

Se dijo, y en mucho con razón, que gracias al PRI, México se convirtió en una nación estable y vigorosa, en que leyes e instituciones son claves para el desarrollo y, evidentemente, tienen razón los priistas en reclamar la paternidad de esos logros, porque son planteamientos con hechos que le dan al país un andamiaje de fortaleza que no se puede negar.

Y luego -después de muchas afirmaciones de logros-, la afirmación contundente de: “No vamos a descansar hasta poner a México en el camino correcto de la historia” que como reto es válido.

Sin embargo, se perdió la oportunidad para ver el escenario completo y ver que en este momento ya no son ese partido poderoso que eran y se perdió la oportunidad de preguntarse las razones por las cuales el partido tricolor ya no es el camino seguro para las victorias electorales, como sí lo es Morena.

Era la oportunidad para que con valor se reconocieran las fallas cometidas, que le dieron a otro partido el camino de la victoria .

Y desde el reconocimiento de los errores y fallas cometidas en abusos y corrupción y, en un acto de contrición verdadero, anunciar medidas para frenar esas fallas con operaciones de bisturí fino y cortar lo enfermo.

Porque si no se acepta el mal y la enfermedad que se tiene, no se puede curar.

Era el momento de lucir lo que se ha logrado y se hizo.

Era el momento de aceptar las culpas y recomenzar el camino de la corrección.

Pero no se hizo.

Para la otra será.


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