Siempre que cuestionamos algo a nivel de la realidad social, ya sea en una discusión o relación discursiva que lo mismo se presenta en nuestras relaciones personales o en la información difundida en medios comerciales y oficiales, el cuestionamiento es el mismo: ¿el tema tiene veracidad o no?
Consideramos a la verdad como una condición vital para acceder a la realidad. Habitualmente la verdad se asocia al criterio científico de comprobación, lo cual trasciende a diversas esferas, porque se espera que la ciencia construya realidad o la interprete con certidumbre y se convierta en un conocimiento de dominio social.
Sin embargo, el criterio y la dimensión de la verdad, en cualquier era civilizatoria, ha sido producto de una construcción social donde el juego de intenciones, intereses y conocimientos sobre una realidad cualquiera le entrega a la verdad una estela porosa e inconsistente, a dominio de quien la esgrime y la usa, por lo que su validez es, como invariablemente se presenta en nuestros días, de contexto y, por ende, brutal.
Las redes sociales, que oscilan como veletas en el imaginario colectivo, suelen construir “verdades”, las cuales se han convertido en espadas que pueden herir al no contar con la validez de una realidad cotejada por un escrutinio agudo y mayor de la prueba y la conciencia, por lo que la crucifixión de cualquier persona, grupo social o realidad es un riesgo inminente y lo hemos comprobado.
El desconcierto se debe a que nos hemos convertido en sociedades cuyos intereses y veleidades tienen mayor penetración porque la era de las nuevas tecnologías copa casi todos los espacios, inclusive los mentales; el patíbulo para cualquiera está al acecho y también lo está la creación de mitos y fantasías que se presentan como verdad, por ello la política se ha encumbrado desde discursos mesiánicos y lapidarios que suelen cobrar gran efecto social, con la expansión del maquillaje de la realidad virtual, mientras la realidad descarnada se esconde bajo los apetitos oscuros.
El criterio de validez de la verdad y su dimensión en nuestros días es poco menos que el laberinto del juego de intereses como nunca en la historia de la humanidad; quizá la verdad y su criterio deberíamos sustituirlos por la intención y manejo del imaginario social de acuerdo a sus veleidades y requerimientos, pero no para encontrar los argumentos de qué es verdadero y qué es falso.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
