La vida buena en la democracia

En nuestro país el miedo ha sido un factor muy presente a la hora de buscar la participación política para generar cambios. Quizá antes con más intensidad que ahora. Y esto es así porque quienes acceden al poder (sobre todo en los mejores tiempos del PRI) frecuentemente se ven tentados a practicar el terrorismo político.

La intensidad del miedo hoy en día probablemente haya disminuido. A cambio, las redes sociales y el acceso en general a la tecnología han aumentado la intensidad del odio. A su vez, éste parece ser el sentimiento natural de un sector (quizá mayoritario) que en otro tiempo se consideraba de oprimidos y marginados.

El miedo y el odio no tienen nada en común. El miedo no corresponde al odio sino lo contrario. Quien siente miedo normalmente es porque busca la defensa de los derechos de los sectores más débiles y lo hace por justicia, amor y un cúmulo de sentimientos contrarios al odio, y siente miedo porque sus sentimientos y acciones son una amenaza al sistema.

En cambio, quien siente odio tiene deseos de venganza, de ver sufrir al otro, de invisibilizar, de destruir. En el fondo quiere no dejar de sentir que ya no es un marginado (aunque aún lo sea) y su herramienta más útil es el fomento del terror político en el anonimato o la distancia de las redes sociales y/o la tecnología. Quiere ser pero no quiere ser descubierto.

Así es como se vive actualmente el ambiente político de nuestro país. Se ha echado a un lado el miedo pero los espacios los está ocupando el odio. Lejos estamos de alcanzar así una vida buena en un país justo.

Bertrand Russell señaló en su libro Por qué no soy cristiano: “La vida buena está inspirada por el amor y guiada por el conocimiento (…) Ni el conocimiento sin amor, ni el amor sin conocimiento pueden producir una buena vida”. Y pone un ejemplo muy sencillo:

“En la Edad Media, cuando había peste en algún país, los santos aconsejaban a la población que se congregase en las iglesias y rezase a Dios pidiendo que los librase de la peste; el resultado era que la infección se extendía con extraordinaria rapidez entre las masas suplicantes. Este era un ejemplo de amor sin conocimiento. La última guerra nos dio un ejemplo de conocimiento sin amor. En ambos casos, el resultado fue la muerte a gran escala”.

La polarización en las redes sociales es producto del odio y la ignorancia. El odio y la ignorancia en la vida pública de nuestro país solo nos puede llevar a tener una vida mala. Una vida que le apuesta a la demagogia, al autoritarismo y a la tiranía.

Nadie quiere volver al pasado, pero tampoco es recomendable hacer del pasado la justificación de la no democracia, la exclusión, la intolerancia y la violencia. Fomentemos el conocimiento y el amor en la democracia.

Tolerar es aprender a escuchar sin prejuicios, es reconocer en los otros una forma distinta de ver la vida, es una forma de prodigar amor al prójimo. Criticar es esencial para conocer más allá de mis ojos y de mi mente. Tolerar y criticar son ejercicios indispensables en las democracias, ejerzámoslos: no odiemos.

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Por: Leonardo Flores Solís

Abogado de profesión y activista por vocación. Soy producto de la justicia social. Maestro en Derecho por la UNAM y licenciado en Derecho por la UAEH. Soy más puma que garza.


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EL OBSERVATORIO - Leonardo Flores Solís

Abogado de profesión y activista por vocación. Soy producto de la justicia social. Maestro en Derecho por la UNAM y licenciado en Derecho por la UAEH. Soy más puma que garza.