Los doce deseos

Sigilosos, los pasos de la tradición judeo-cristiana arropan los anhelos de la realidad frustrada, en la mayoría, para encabezar el iconoclasta suspiro del año que viene.

 

En los imaginarios colectivos de occidente, el año que viene está cargado de simbolismo místico de la promesa del porvenir, cargado de la energía religiosa o no, pero con el desparpajo de los eufemismos de que todo es posible si se desea desde el corazón y con la fuerza del creador, por lo que no existirá empresa o propósito que se frustre si el alma-imaginación están predispuestas para hacerlos realidad.

 

El mito es vestigial, se diluye en la naturaleza gregaria de los hombres, es una espina societal que requiere solo de barro y miel para lograrse; en él se fundaron los grandes imperios y sus formas de dominación, al igual que la modernidad y la democracia de escritorio que encumbró a los gobiernos civiles y “civilizados”; por ende, fundarlo desde el portal mágico del año que viene y refrendarlo en las liturgias apocalípticas es tan solo la afirmación del misticismo social.

 

A las doce de la noche, los doce deseos son esgrimidos en las mesas de los afortunados desde el festín orgiástico que condensa el protocolo del abrazo y el brindis que rompe, por un momento, las rencillas familiares o fraternales, para crear un nuevo “pacto social” de paz y amor que se sella como lo hicieron los cavernícolas: al calor de las miradas reunidas.

 

Una vez concluidos los 15 minutos de abrazos, la algarabía da rienda suelta a las pasiones festivas; la música y el musitar de las risotadas predisponen el lúdico intercambio de frases y gestos, los cuales comienzan a disiparse en los enervantes de licor o más allá de ellos, para terminar con el desenfreno de la resaca y la vuelta al laberinto de la soledad.

 

La ingenuidad juega una máscara importante en el apetito de reestructuración de la vida, por ello, envolver las tertulias en pantomimas y simulaciones de concordia es un componente inmejorable para el disfraz que, cumplidas las doce campanadas, dará paso a los doce deseos gritando a los cuatro vientos: ¡feliz año nuevo!

 

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.


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CRONOS - Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.