Es una frase que se reduce a la más clara y concreta de ¿otra vez lo mismo?, que se refiere a hechos, acciones, decisiones, personajes, grupos y partidos políticos que se repiten una y otra vez en los puestos y cargos, pese a corrientes de opinión que demandan y exigen cambios y renovación, con nuevas apuestas que signifiquen nuevos tiempos y, sobre todo, verdadera acción de renovación, en que los de mayor experiencia aportan eso precisamente, pero con la antorcha en otras manos para frenar la sensación de que los puestos fuertes son propiedad de familias, apellidos o personajes en ese extraño matrimonio de conveniencia en que todo seguirá igual, otra vez arroz, hasta que la muerte los separe.
La idea de perpetuarse en los puestos de poder se da en todas las actividades de la vida y encuentra su expresión más fuerte en la política, donde el poder con todo lo que significa de oportunidades en primer lugar para servir a los demás y, desafortunadamente, también para servirse con abusos y decisiones indebidas, es un escenario del que no está libre ninguna sociedad, ni ningún tiempo como dicta la historia.
La concentración de poder en familias es una historia del hombre mismo, donde se crean las castas, en donde los hijos de Sánchez no entran ni tienen oportunidades, porque con el paso del tiempo se crea la idea de que el poder es solo para determinados apellidos y su descendencia, porque se presentan como los mejor preparados y capaces, con el aplauso de bufones y aduladores que cosechan algunas migajas.
En todos lados se repite la historia y en cada organismo político, donde parece que no hay distinción de conducta.
Lo que parece urgente es que aparezcan escenarios donde los partidos políticos abran las puertas del poder para todos en igualdad de oportunidades y en que el apellido no sea lo importante, con la posibilidad de ajustar cuentas en el abuso del poder, para que venga el cambio.
Y es cuando viene la lucha fuerte y real por el poder.
La historia se repite una y otra vez.
Y parece que se está repitiendo.
