Promesas que deben cumplirse: recuperar el valor adquisitivo y la tranquilidad

Llegó el día. Por fin, tras librar una lucha estoica, un gobierno de (cuasi) izquierda ganó el derecho, mediante la vía del sufragio, de montarse en la silla presidencial y dirigir el rumbo de la nación. Me pregunto si en este nuevo escenario la (cuasi) izquierda, que mantuvo vigor y consistencia cuando era oposición desde sus lejanos orígenes, será capaz de mantener el aliento y energía para la enorme empresa que le espera: gobernar México por seis años. No lo sé, no tenemos punto de comparación en la historia política de nuestro país, para todos será un enigma. Aún con esta incertidumbre encuentro algunas pistas que presagian mejores tiempos para México. En principio, esta izquierda un tanto desfigurada y pudorosa para declararse comunista, socialista o al menos progresista, se ha presentado como un movimiento social antisistema, diferente a la burocracia partidista que olvidó a las bases sociales. En eso radica su fuerza. Más allá del liderazgo carismático de López Obrador, ha sido la gente acompañada por el tabasqueño quien se ha instalado en la silla presidencial.

El caudillo, el iluminado, el autoritario, ese personaje folclórico, siniestro, perverso, inventado por el partido que gobernó desde 1929 quedó en la narrativa de las novelas de la Revolución Mexicana. Desde ahora la sociedad civil dio el poder a una opción que se contrapone con la tradición, se trata de un poder distinto que permitirá desde la democracia participativa encontrar el mejor rumbo de la nación.

La oferta de López Obrador a los votantes, desde 2006 a la fecha, perdió radicalismo; en cambio, ganó inclusión de otros sectores asqueados de la política corrupta, del nepotismo, de los negligentes funcionarios, del voto corporativo para mantener el trabajo, de esas prácticas que enlodan la noble misión del bien común.

La ciudadanía volteó la espalda a la clase política aburguesada que dejó de entender al trabajador, al de a pie, al hombre común, al peatón, al campesino y al humilde. Simplemente olvidaron el significado de ocupar un cargo público: se deben al pueblo y por el pueblo. De tal forma, el duro aprendizaje le permitió a AMLO sumar y no restar. Entender en constantes recorridos por cada uno de los municipios del territorio nacional los contrastes económicos, sociales y culturales de las regiones. Identificar las causas de la pobreza y la inseguridad, y trabajar en un diagnóstico y plan de acción que resultó atractivo al votante.

Basta ya, se acabaron las especulaciones, Andrés Manuel López Obrador es, desde hoy y hasta el 30 de noviembre de 2024, el Presidente de México. A nadie conviene buscarle tropiezos a un gobierno que va a necesitar más que ningún otro el respaldo de la población. Tampoco se trata de endosar un cheque en blanco para avalar la impunidad, en realidad la transparencia a los actos del naciente gobierno deben llevarnos a un nivel superior en la rendición de cuantas; sin embargo, el ataque gratuito a un proyecto democrático que trabajará con un profundo compromiso social no debería ser el objetivo de una sociedad que requiere en el mediano plazo un cambio de rumbo.

No podemos negar que nos inunda el optimismo y aunque llegamos muy tarde a un primer gobierno de (cuasi) izquierda, pero peor hubiera sido no conocer esta última opción política, para entonces sí condenar en ese simplismo que surge frecuentemente en las pláticas de café: “todos los políticos son iguales”. Confío que este presidente y estos políticos hagan la diferencia, se olviden del confeti, de la soberbia que acostumbran los gobernantes cuando arriban a sus lujosas oficinas y en cambio trabajen con humildad y tesón por extirpar de raíz los grandes males que nos han dejado a la deriva estos últimos años. Me cansé de haber nacido en la crisis y no quiero morirme sumido en ella, ansío mejores oportunidades para quienes más trabajan, los olvidados, los pobres, quienes viven al día y además de sobrevivir con miserables salarios, deben vivir aterrorizados porque la delincuencia también se ensaña con los más pobres.

México no se convertirá en una potencia económica, tampoco en el paraíso de la justicia social, seguramente esas utopías son más propias de una novela de ciencia ficción que de una realidad política; sin embargo, me doy por bien servido si al menos se recupera el valor adquisitivo de un salario muy castigado y recuperamos la tranquilidad para circular con seguridad en las calles del país. No aspiramos nada más. Muchos nos hemos acostumbrado a vivir con humildad, no aspiramos a grandes transformaciones, tan sólo un ingreso mínimo, para resolver las necesidades básicas, y esa seguridad que nos permita sin sobresaltos disfrutar un poco de la belleza de la vida.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.