Románticos y locos

El siglo XIX encontró en el romance el sustituto idóneo del ascenso de la ciencia para entender al mundo; muchos de los románticos, casi todos poetas, fueron tildados de locos, porque la explicación del universo se centraba en exaltar el sentimiento por encima de la razón en un mundo que se había vuelto causal.

Entonces la locura se convirtió en la metáfora de la exclusión social; no había cabida para los osados del corazón, aquellos que lo mismo le construían odas al amor que a la libertad, aquellos que consideraban que la realidad va más allá del pragmatismo de la ciencia aplicada a la industria y a la satisfacción mundana de la realidad.

La batalla final la ganó la industria desde la ciencia sin conciencia; es decir, de esa ciencia que se fragmentó en los intereses del mercado y creó un mundo del consumo centrado en los apetitos de las grandes factorías, cuestión que incidió en los valores educativos y sociales, creando un mundo de consumismo dantesco donde todo se puede comprar y vender, lo mismo el cuerpo en la prostitución que los órganos del cuerpo para curar una enfermedad, o bien, la dignidad en la corrupción política.

En este escenario se diluyó el interés de los seres humanos por dignificar a los seres humanos; de pronto una pantalla de plasma sustituyó a la lectura, el teléfono móvil a la oratoria del padre en la mesa de su familia, la computadora al saber del profesor y el internet a la razón causal de la ciencia.

Entonces el romance de los locos se convirtió en lenguaje cursi, las palabras dejaron de tocar al corazón y el sentimiento pasó a segundo término, creando el empobrecimiento de la voz popular, esa misma voz que hoy le llama tóxico a cualquier cosa, porque no entiende la propia toxicidad de su pobreza mental.

La vida social se ha vuelto la cara de la ignorancia, los hacedores de la verdad no son ni los científicos ni los profesores; en su lugar, las redes sociales nos aleccionan que la vida está en las tetas de silicona, en el teléfono de las cuatro cámaras, en el festín orgiástico de la fiesta eterna, o bien, en las compras en línea, marcando el frenesí de un mundo superfluo donde las relaciones humanas se volvieron en objetos de deseo del mercado y sus ganancias.

 

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.


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CRONOS - Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.