Las ausencias son presencias.
Cuando prescindes del reconocimiento, en términos hegelianos, te vuelves completamente libre. No esperas respuesta que confirme tu verdad, no añoras una idealizada igualdad metalingüística y mucho menos anhelas a la verdad misma como objetiva. ¿Una instancia objetiva? Mentira. ¿Una dimensión en que las partes son iguales en el lenguaje? Falso. ¿Una verdad que necesite justificarse? Absurdo. Cuando prescindes del reconocimiento hegeliano no sólo dejas de ser una mera categoría (esclavo o amo) sino que todas las categorías desaparecen en tu ser y devenir. Los roles sociales estarán presentes, pero no intencional-mente y, paulatinamente, podrás verlos como meros accidentes que, por supuesto, no determinan nada. Salvo que tú lo quieras. No obstante, sería cuando la conciencia pueda superarse a sí misma convirtiéndote, entonces, en un ser libre.
El ser de tu devenir.
Así me sentía en la Corte ante el juez calvo con barba blanca de candado, asistió mi prima Constanza desde México por ser mi tutora legal y, asesorándome técnicamente, el abogado Ricardo Glenn del consulado.
—¿Cómo se declara el acusado?
—Culpable, señor juez —responde Glenn.
El dinero de un seguro que desconocía lo arregló todo, desde los invaluables objetos que destruí en el internado hasta la pena que necesariamente debí haber cumplido encerrado. Perdóname. Mi abuelo pensó en todo cuando me inscribió. Perdóname otra vez. El dinero lo arregló todo excepto mi corazón. Esa misma tarde me liberaron bajo la custodia de mi prima, yo me quedé esperándola en una lujosa habitación del hotel Hyatt Reno-Tahoe a un lado del aeropuerto en lo que ella iba al castillo Humboldt a finiquitar de manera total mi relación escolar.
Me di un baño caliente, me puse la ropa nueva que Constanza me había llevado y, luego de comer la pasta marinara que me llevó el room-service, miraba por la ventana intentando alcanzar aunque sea con la mente el lago entre las montañas frondosas a medio nevar. Aquellas montañas, aquella experiencia y lo enigmático de mi sobrevivencia.
—Tengo que comprender una nueva noción de realidad —digo en voz alta—. Eso fue lo que nos dijo Meinong ¿recuerdas? ¿Sí recuerdas la última vez que lo vimos?
—Hay otras maneras de ser.
—¿Por ejemplo? —le pregunto.
—Yo.
—¿En qué sentido lo dices?
—Soy un ente incompleto.
Silencio.
—Me entristece —expreso.
—No deberías —aclara—. La indeterminación también es parte de la realidad.
Tenía razón, aunque yo añadiría que la realidad se nos presenta de muchas maneras por nuestro modo de ser en cuestión (e.g., el juego de lenguaje) y, bicondicionalmente, por nuestro estado mental en dicho modo de ser. Las realidades, nuestras posibles intenciones de la conciencia y, por consiguiente, sus múltiples-posibles formas respectivamente.
—¿Qué es lo real? —pregunto.
—Lo real es… todo lo que puede pasar.
Y la posibilidad de compartir “lo que pasa” es tan sólo un criterio de lo que es real, hay cosas que no pueden compartirse lingüísticamente y que por ello no dejan de ser reales.
—¿Cómo te relacionas con lo inexistente? —me pregunta.
—Pues estamos aquí ¿no? —le respondo después de una pausa en que su pregunta me parece retórica—. Platicando ¿no?
Desapareció en el silencio de mi último amanecer en la penitenciaría, la luz del día dibujaba una fina línea en el techo del patio interno y me quedé mirando el traje que me había traído mi prima para mi audiencia en la Corte.
Suspiro recordando, de regreso a la habitación del hotel mientras observo las montañas a medio nevar:
—Nos relacionamos con lo inexistente —sigo diciendo en voz alta— a través de lo existente. Las ausencias se muestran mediante presencias, por ejemplo, percibimos un estado de cosas incompatible con determinada presencia y, por tanto, su ausencia.
Muchos años después regresé a estos problemas filosóficos con Saul Kripke:
—No hay un único tipo de existencia, hay una pluralidad de éstas y ya no enfrentamos problemas con decir “hay cosas que no existen”.
Sin embargo, ahora tiene que explicar-nos cómo se relacionan los diferentes tipos de existencia. La respuesta de Meinong es que hay dos tipos: el existir y el subsistir.
—Hay una realidad determinada —me explica— y una indeterminada, es decir, lo que existe y lo que no existe.
¡Pam, pam, pam!
Golpean fuerte la puerta de mi habitación, pregunto qué quieren y, afortunadamente, es mi prima Constanza con buenas noticias. Arregló mi baja del internado sin ningún problema, recogió toda mi documentación y le entregaron mis objetos personales en un saco de marinero con el sello “Humboldt Property”. Mi expulsión era una hecho, todos los aspectos legales cubiertos y, la mejor noticia del día, en doce horas saldría nuestro avión a la ciudad de México. ¡Feliz! Ella se metió a bañar, yo preferí seguir solo y salí a caminar justo cuando comenzó a anochecer.
—¡Pero no tardes! —me grita cuando ya voy en el pasillo rumbo a los ascensores.
—No, tía.
—¡Soy tu prima, no tu tía! —grita cerrando la puerta de la habitación con un dramático azotón.
—Ok.
Estoy cabizbajo cuando las puertas del elevador se abren, levanto la mirada para entrar cuando me encuentro de frente con el pequeño Meinong.
—Vamos a quemar la escuela —me dice.
Continúa 154

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".